miércoles, 15 de enero de 2014

"Al maestro con cariño", capítulo de Yo soy la rumba de Ángel Gustavo Infante





Sólo Felisberto permanecía inalterable, con sus ocurrencias inoportunas y su cara alumbrada por una alegría inconsciente. Genial para inventar chistes pésimos.
Los demás andábamos por el piso, como reptiles. No se tenía la más mínima noticia de Alfi después del derrumbe de aquella comuna. Los hermanos Ramaya aún no se manifestaban. Cada tarde aparecía un consejo con destinatario desconocido y agrandaba el hueco del desconsuelo, ya no era más el juego cotidiano, el folletín insólito. El café se enfrió. Se helaron los ánimos.
Para colmo, la salud de la maestrota se restablecía considerablemente. Era posible que termináramos el año escolar con la abominable tía del Maestro-Vanguardia.
Quería estar en ningún lugar, es decir, no quería estar. Me sentía muy triste y aburrido. Sólo dos refugios tenía: los ojos de Adriana y las palabras del Maestro Néstor. Nunca me acostumbré a llamarlo por su nombre y menos por su apellido; pero ahora que se va lo nombro para retenerlo, para dejar algo de su verbo: Néstor Ortega. ¿A cuál lugar irá, querido profesor, que no me lleva? ¿Adónde sus pasos para dejar esta escuela sin gracia?
Quizás le parezcan cursis estas palabras. Lo siento. No las borraré. Ahora puede esperar de mí cualquier cosa:

Jubilosos entonemos
nuestra férvida canción
al maestro a quien debemos
especial veneración

En sus actos nos demuestra
sin igual solicitud
y nos guía por la senda
de la ciencia y la virtud.

-El apellido determina y califica al nombre. Me dijo una vez, después de la clase. Lo creí distraído y, dándomela de sabelotodo, le dije:
-Esa es la función del adjetivo
-Me refiero al nombre propio, de pila, no al sustantivo. Fíjate: mi nombre es Néstor ¿verdad?, y mi apellido Ortega ¿no es así? Bien, el Ortega viene de mi padre cuyo padre del padre de su padre también era Ortega, un hombre amabilísimo, correctísimo, léase “un alma de Dios”. Y dígame, avanzado discípulo, ¿qué es lo que yo soy? Exactamente eso ¿no?
-Su modestia no tiene límites, correctísimo profesor.
-Nadie es perfecto.

-¡Oh! Mentor
de nuestra infancia
con tesón, celo y constancia
de abnegado profesor

Cuán amable
Cuán afable
En la escuela lo encontramos
Y en retorno le pagamos con amor
¡Con amor!

-Entonces podemos anteponer el apellido al nombre ¿no?
-Eso es escolar y funcional. Así como el nombre solo es impersonal e insuficiente. De allí que algunas personas al presentarse digan sólo el apellido. (Claro está que uno no va a andar averiguándole el árbol genealógico a todo el mundo). A menos de que sea un nombre como el mío que ya aparece en Homero y tiene toda una connotación específica.
-Es cierto, Maestro, nadie es perfecto.

¿Cómo no extrañar a alguien así? Lo extraño es extrañarlo en presencia. Las personas parecen rotar sobre sí mismas, en torno a un eje íntimo que le modula la voz, le cambia los gestos, le renueva o vence las ideas. El Maestro está ahí, y no es el mismo. Es una lentísima metamorfosis a la que, en nuestro entorno, sólo el energúmeno de Hernández Felisberto se niega o, de pronto, cambia y llega al exceso.
Todo el mundo ha cambiado en esta casa cuyo techo es el cielo. Ahora lo comprendo y debo aceptarlo. Querer a la exgorda Elisa, a mamá sin llanto, al Maestro Ortega, a Alfi siempre fiel a sus ideas, a Adrianita que, como yo, no ha comenzado a cambiar. Y a todos los varones y hembras de mi sección, esa pequeña fauna alborotada con cada espécimen digno de estudio. He aquí el universo, reducido como todos.

-Todo ser viviente cumple un ciclo vital. A ver, Sebastián, ¿Cuáles son los pasos de este ciclo?
-Bueno, Maestro, el ser vivo nace, crece, se desarrolla, se reproduce y muere.
-No. Aquí es diferente: naces, creces, te subdesarrollas, te reproduces o no y mueres.

Qué pobres somos. Pensar que a eso se reduce a historia de cada quien; pero uno no trae al mundo un dispositivo que al conectarlo te haga comprender eso y lo ayude también a superar la tristeza.
Mamá también andaba por ahí convertida en avestruz y, de pronto, como todo lo de ella, saca la cabeza del hueco y me dice:

-No hay que afligir
le dijo el viejo a la vieja
y se le volvió a subir.

-¿Y eso, mamá?
Eso lo decía tu abuela cuando lo veía a uno medio afligido. De golpe me vino a la memoria. Ya está bueno de caras largas. Presiento que algo bueno se acerca.
-¿Algo así como Alfi y su combo?
-No en persona, razones sobre él.
-¿La respuesta de los Ramaya?
-Sí. La deseo profundamente. ¿Tú también?
-Yes, mama.
-Bueno, pidámoslo de corazón y sincronicemos nuestras mentes para que dé resultado.
-Así, mira, -le dije y jugando le di la vuelta a mi oreja izquierda- rrrr rrrrr que contesten los hermanos que contesten los hermanos…
-No, bobito, así no. Sólo pensemos en lo mismo, mientras yo le pido al sagrado corazón. Desapareció tras la cortina del cuarto.
Me quedé en la sala tratando de enfocar a los gordos escribiendo, a cuatro manos, un cerro de correspondencias, sudando sin tregua con sudor de hermana república, yendo al correo, guardando sus consejos con sigilo en pequeños sobres, sellándolos con saliva y sonriendo satisfechos de vuelta a la casa-oficina.
Un estruendo me sacó de concentración. Me asomé por la ventana. Aquel presentimiento de mamá, de que algo bueno se acercaba, estaba ahí en la puerta, sujetándola como si algún huracán se aproximara: otro Felisberto, con la nariz roja, se tambaleaba en el último estado de la borrachera y, en lugar de entrar a su casa, el azar lo empujó hacia la nuestra.
Me senté cómodamente en el sofá para disfrutar el espectáculo. Mamá venía asustada, con las oraciones en la boca. Le hice un gesto para que se tranquilizara. Poquísimas veces lo habíamos visto así; esta vez, por lo menos, no sería tan aburrido.
Nos contó que había peleado: Como pelean los hombres machos Estaban hablando mal de mi mujer Y no era que estaba rascado No Sino que entré a la licorería a buscar hielo Unos amigos amigotes somos todos me invitaron a brindar Como todo un hombre pues brindé y usted sabe venga otra cervecita Mi mujer no me gobierna Vámonos a la esquina El bar estaba lleno La mamá de la rubia (antes de ser La Rubia) atiende muy bien Qué buenas atenciones tiene Qué cortés Yo no le debo nada a nadie A usted la quiero mucho Voy a botar a Elisa que ya no me atiende como debe No me importa mantenerla a usted y al carajito ese que me mira como si yo fuera el televisor o un triste payaso que escondo mi fracaso en risas y alegrías que me llenan de espanto Al jipi me lo llevo para que me ayude a trabajar Le juro que se lo convierto en hombre Yo a usted siempre la he querido mucho Virginia Elisa no me sirve para nada pero no permito que me la insulten No Un tal Guillermo vino hasta mi mesa Me preguntó por los marineros Yo le dije lo que le dije Lo que le dije fue que no fuera tan coño de su madre Que fuera a joder a la puta madre que lo parió ¿Le dije o no le dije lo que se merecía? Andaba con el gordo Román que me brincó encima a arañarme la cara Yo le mandé una mano pero lo pelé Gordo y todo es ágil el muérgano Entonces De Souza prendió las luces y aplacó los ánimos Yo ya no estaba para celebraciones Cogí y me vine a verla a usted Yo la quiero mucho Virginia Conste que no lo digo porque haya bebido No estoy rascado Le juro que no estoy rascado ni nada parecido No necesito tomar para decirle que sin usted mi vida no vale una locha No te rías carajito La vaina es en serio Más respeto con tu padrastro Yo te voy a comprar la batería esa Pero eso sí la vas a tocar bien lejos de aquí La batería que Alfi no te trajo muchacho pendejo y unos tambores más grandes unas tumbadoras para que aprendas a quererme como tu nuevo padre con mucho respeto y consideración Yo pago todo para eso me jodo trabajando duro y a Elisa le pagamos un pasaje de ida sin vuelta para donde para donde ella quiera No quería volver con ella Ella me buscó Me dio lástima y ahí estamos pero yo no la quiero Yo la quiero es a usted Virginia No me le va a faltar nada y así tiene a alguien que la represente Un hombre hecho y derecho como Felisberto Hernández.

No puede aguantar las ganas. Estallé en risas y aplausos. No sabía que se iba a molestar tanto. Salté por detrás del sofá, me arrastré por debajo, y Felisberto quedó ahí, mirando a los lados, trastabillando.
Mamá y yo fuimos a buscar a la exgorda. Despertó de una siesta muy prolongada y, como llegando de otro planeta, preguntó:
-¿Qué pasó?
-Que se desmayó. Le conteste imitando a Emilita Dago.
-¿Quién, el ladrón? Repreguntó para completar la canción.
-No chica, tu marido, que está a punto de merengue. Dijo mamá, sacándole las sábanas.
Yo me permití la traducción:
-Don Felisberto que se echó una curda y está delirando.

Estaba estirado en el sofá con los zapatos puestos. Roncaba. Una plasta de vómito le adornaba el cuello de la guayabera. Elisa lo limpió. Se disculpó en nombre de ambos y alzó los brazos implorando piedad. Juro que vi las cadenas y las llamas del ánima sola. Mamá la reanimó con café caliente, pero ella no abandonó su cara de mártir por el resto de la noche.

Adriana afortunadamente, no se enteraba de estas bajas anécdotas. Conocía sólo mi lado bello y el cuento romántico de Alfi. Vivía lejos. Compartíamos la escuela y cierto misterio.
Yo había ganado prestigio en el salón. Tenía fama de extravagante y moderno gracias a los diálogos con el Maestro, dada la predilección que éste demostraba por mi persona (definitivamente soy su discípulo). Estaba consciente de mi importancia en el medio: aquellas niñas que entendían el ciclo vital hasta reproducirse y los muchachos que sólo crecían.
El ciclo debía revisarse. El ser vivo nace, crece, se enamora y se vuelve polvo –como dijera el Maestro que dijo el poeta-: “Mas polvo enamorado”. Lo de desarrollarse y reproducirse queda a juicio del facultativo.
Duda uno: ¿los invertebrados de sangre fría podrán enamorarse? Creo que sí, he allí al heladero. Duda dos: ¿Y los seres vivos inanimados, esos que vegetan? Creo que también, he allí a la enredadera  o a las flores que a diario se ponen bonitas como para que uno las bese y, sin ir muy lejos, a la exgorda Elisa, que aún dormida transpira amor del bueno: de aquel que hizo enloquecer a la armada, de ese que se mete por el pipí y que yo no he probado, lo he visto en la cara de los hombres cuando ligan risa y llanto, o en las mujeres como la misma Elisa o la rubia antes de ser La Rubia que gimen, chillan, lloran, relinchan –hasta pareciera que están viendo a Papá Dios en persona-, cuando sienten que se están volviendo polvo enamorado.
Lo he visto también en los perros, en sus trompas de dolor y cierta alegría cuando el perro comienza a cogerse a la perra (y todo el mundo, excitado, se hace el loco) o ya convertidos en un solo animal con dos trompas desoladas y rabiosas, dispuestas     a     se   pa    rar    se,
lamerse,
a jamás volver a verse.

Al día siguiente Felisberto no salió de la cama. No tanto por el malestar sino por la vergüenza y el terror ante mamá. Temía, el muy cobarde, que ella lo volviera a poner en su lugar.
Mamá continuaba en sus presentimientos y había olvidado el incidente. Esperó el mediodía y mandó a una mano inocente a comprar el periódico. Esa mano no fue otra que a del canciller convertido en mandadero, es decir, la mía que, por cierto, ya me estaba dando los últimos toques para ir a clases: luchaba con el copete que hacía un bucle indomable en mi frente y se derramaba en tirabuzón.
Con estas dificultades cumplí la orden, sin reparar en el contenido del papel que manchó mi mano inocente.
Mamá fue directo a la página y pegó un grito. Entró Elisa con una velocidad inesperada. El grito se duplicó. Cogí impulso desde el sofá, salté sobre las dos mujeres, me enganché en sus hombros. El grito se triplicó: el motivo estaba ante nuestros ojos, debajo de la fotografía de los gorditos humildes y cucuteños.
¡Al fin, Sagrado Corazón de Jesús, Dios de las alturas, ánimas benditas del purgatorio: la respuesta de los hermanos Ramaya!
Los tres comenzamos a leer en voz alta con diferentes ritmos y entonaciones y ninguno entendió nada. Decidimos calmarnos y dejar la tarea a una sola voz. Mamá estaba muy nerviosa como para leer sin alteraciones.
-¡Yo me ofrezco, yo me ofrezco! Gritó la exgorda.
-Yo meo fresco y espumoso, mamá. Dije sin éxito.
La exconvicta respiró profundo, rescató la calma y de inmediato comenzó a ejercer el derecho inalienable de la lectura:

En todos los lugares del globo se hallan seres inconformes con su suerte, angustiados y también, ¿por qué no?, felices. Donde se encuentre un hombre habrá pesar y alegría, éstos, lamentablemente, son los ingredientes de la vida. A veces la felicidad de unos es motivo de amargura para otros.
Este es el caso que hoy les traemos: el de una “Madre desesperada” que nos escribe desde Caracas, Venezuela, Cuna del Libertador:
Esta apreciada lectora y consultante atraviesa un momento delicado en la vida de su familia al tener un hijo muy joven que, ido de su casa, la atormenta con su nueva manera de vivir.
Pero, querida “Madre desesperada”, no se deje llevar por la imaginación ni por los comentarios malintencionados de terceras personas. El estado actual de su hijo Alfi no debe ser motivo de infelicidad para usted: él no anda en malos pasos, él no es de esos que cometen el pecado de robar, él es un muchacho de buenos principios que sólo persigue un sueño, el sueño de ver a todos los hombres unidos y en paz, como hermanos.
Es un chico muy ingenuo y hay algo que lo está acabando: LA DROGA.
Señora, duele decirlo, su hijo adquirió el mal hábito de consumir estimulantes narcóticos en la ciudad de San Francisco (ubicada en el estado de California, costa oeste de los Estados Unidos de Norteamérica) hace exactamente un año, cuando salía de permiso los fines de semana y se reunía con una banda de jóvenes que se hacen llamar “hippies”, los cuales eran y son inofensivos; pero lograron contagiarle la mala maña de fumarse o tragarse cuanta droga se le ponga por delante, así como esas ideas que lo hacen sentirse hermano de todo cuanto se mueva sobre la tierra.
Apreciada “Madre desesperada”, no deseo alarmarla, pero sí le digo algo: debe actuar de inmediato. Tráigalo a nuestro consultorio o lo perderá para siempre. Aquí nos encargaremos de devolvérselo sano y lozano mediante un tratamiento con hipnosis…

Un breve redoble y tres toques de platillo siguieron al silencio de Elisa, quién quedó con una cara de sorpresa increíble para ella misma.
Mamá esperaba cualquier respuesta, cualquier atrocidad de los hermanos, menos esa que le confirmara lo que ella se había negado a creer. El punto final la dejó muda y, en cierto modo, conforme.
Yo solo lo sabía todo gracias a mi ojo mágico. Ocultarlo era mi deber. Lo único que ignoraba era la frase del ciclo vital en que se hallaba mi hermano.

Ahora Alfi vendría por sus propios pasos y descalzo.




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