jueves, 5 de octubre de 2017

Una novela para la reconstrucción nacional





Ángel Gustavo Infante

La primera novela de José Antonio Perrella (Caracas, 1961) se desarrolla en el futuro y relata la historia sentimental de la profesora Isabel Contreras y del empresario Alfredo Manfredi, quienes se conocen una tarde del año 2030 en el Jardín de Los Chaguaramos ubicado en la Ciudad Universitaria de Caracas, a raíz de la protesta realizada por la doctora Contreras, docente en la Escuela de Sociología de la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales (Faces), ante la propuesta de Manfredi, dueño de la empresa Seguritas, en una reunión celebrada en el rectorado para ofrecer sus servicios de protección social, lo que para la profesora significaba una intromisión en la vida académica y un atentado contra la autonomía universitaria.
En veinte capítulos Perrella monta las semblanzas de los personajes, desde su formación hasta la conformación y desarrollo de la pareja protagonista que supera ciertos escollos amorosos. Por el lado de ella con su exnovio, el ingeniero William Moreno, quien toma distancia ante sus quebrantos producidos por un prematuro cáncer de endometrio; o la aventura que se permite con Johnny Añez, un oficial de la Policía Científica (Polci) encargado de esclarecer el caso de su novio Pedro Mogollón, a un año de la extraña desaparición de éste, quien resultará ser hermano de crianza del empresario y tendrá un valor especial en su crecimiento afectivo. Y por el lado de él, la trágica historia con su difunta esposa Cristina Schmitz y la soledad compartida con Elena Machado, Gerente General de Seguritas. 
Las vidas privadas y las acciones públicas de estos personajes adquieren fuerza dramática por el entorno en el cual se desarrollan: un país en proceso de reconstrucción cuyo referente es Venezuela en los años posteriores al régimen chavista, luego de un período de transición y cuatro gobiernos de consolidación desarrollados en un lapso  durante el cual se expone la tensión existente con el pasado nacional enmarcado en las administraciones democráticas posteriores a la dictadura del general Pérez Jiménez, el advenimiento del chavismo como consecuencia de los excesos del poder y la caída del autodenominado “Socialismo del siglo XXI”.


Ficción y reflexión
El primer atractivo de una obra es el título, su función es ganar lectores mediante un sutil proceso de seducción en el cual se puede brindar algún adelanto de la historia. En este caso nos atrae la paradoja creada por el contraste entre un verbo en pretérito perfecto (vivieron) y un sustantivo (porvenir) que logra crear cierto suspenso por la dimensión temporal con la que identifica al objeto (país) o espacio donde se desarrollará la acción novelesca. Así tenemos que ellos, Isabel y Alfredo, vivieron en una Venezuela aún desconocida y esto, necesariamente, nos causa curiosidad, porque ¿a quién no le interesa el futuro?
Esta estrategia, unida a la composición de la ópera prima, augura buena recepción por parte del lector de novelas que siente predilección por la estructura idílica; es decir, por el relato cuyo eje central está constituido por los altibajos que experimenta la relación amorosa de la pareja protagónica. La historia está bien administrada, conduce al lector sin dificultades. Si bien las secuencias observan linealidad, ello no impide advertir la voluntad estructural: los capítulos avanzan sobre la tensión narrativa y presentan indicios para asegurar la atención y el interés del lector, como puede apreciarse entre el comienzo de la novela y el capítulo siete, en el cual, con un flashback, se da inicio a la historia (pág. 89); o en el retroceso del capítulo ocho para hacer el perfil de Alfredo Manfredi, hasta retomar la secuencia central en el capítulo diez.
En la factura narrativa se alternan efectivamente los distintos órdenes discursivos: la descripción de lugares y personajes, en combinación con la narración de las acciones, construyen la atmósfera adecuada, mientras el intercambio inter-personajes apoyado en el dinamismo de la lengua, sin temor a los usos coloquiales, demuestra dominio del diálogo, como puede observarse en el capítulo seis:
Todo su cuerpo temblaba intensa y descontroladamente. Llamó a Andrés, el amigo con quien había ido a la reunión en San Román. Andrés sí lo atendió.
            —¡Andrés, chamo! —gritó Alfredo.
            —¿Qué pasó pana, qué coño tienes?
            —Chamo, ¡me intentaron secuestrar!
—¿Qué? ¡Qué ladilla vale! ¿Y qué te pasó?
            —Coño, ¡me salvó el blindaje! ¡Me cayeron a plomo! (pp. 86-87).

A medida que el narrador omnisciente relata los sucesos, surge otra voz que ensaya en tono reflexivo con recursos propios de otro tipo de texto. Esto puede significar que el autor real ha elegido la ficción literaria porque ésta, gracias a su permeabilidad discursiva, le permite proyectar su deseo de cambio sobre el análisis del errado desarrollo político. De allí que sus estrategias expositivas y conceptuales se alternen con los recursos tradicionales de la narrativa para, al final, acoplarse con la ficción.
Lo antes dicho puede observarse en el segundo capítulo donde la descripción conduce al análisis del entorno: Isabel cumple su itinerario acostumbrado en el autobús 135, aquí se presentan los cambios experimentados por el sistema suburbano relacionado con el uso de los hidrocarburos bajo el proyecto denominado “Transporte para todos” y luego interviene la otra voz para advertir que:
Desde la segunda parte del siglo XX hasta bien entrada la primera mitad del siglo XXI a los venezolanos se nos regaló el combustible. Sacar un automóvil a rodar no tenía prácticamente ningún costo directo. Los estacionamientos, con sus precios controlados, no significaban mayor gasto y el combustible no representaba ninguno. Salir en el automóvil era un acto sin consecuencias para el venezolano. (Pág. 17).

De este modo, la relación de los sucesos dada por el narrador y la reflexión hecha por el autor, se van integrando, como se percibe en el capítulo cuatro cuando la presentación de Alfredo da pie al análisis económico, o en el capítulo cinco cuando el paseo de Pedro Mogollón por la Ciudad Universitaria se convierte en introspección reflexiva. Se suceden también ciertos enlaces entre el pensamiento y el relato (pág. 82) o viceversa (pág. 92). Y ocurre una separación de los registros (pág. 105), para experimentar una nueva unión (pág. 147). Así hasta el capítulo dieciocho cuando Isabel y Alfredo, en vísperas de matrimonio, ven por televisión la entrevista que la periodista Mary Reyes le hace al  Presidente de la República, con lo cual se logra un recurso convincente para exponer ideas, tesis y análisis ligados a la historia central.
En el ínterin, la novela se puebla de microhistorias a modo de digresiones narrativas que enriquecen la trama central, como el caso de Jesús Dugarte, Chúo, un chofer de 58 años, vocero de la “Cooperativa de Transportistas Unidos por Guatire”, vecino de Isabel; la anécdota -muy bien llevada, por cierto- de la venta de la casa de los Manfredi en Valle Arriba; el intento de secuestro de Alfredo; el accidente del plomero empleado de Pedro; la relación de Elena Machado y Jorge y la extensión a la vida de la doctora Estrella Weiss. Todas, bajo el común denominador del deterioro, sólo hablan de la corrupción, el despilfarro y la doble moral.

Un mundo imperfecto
En Ellos vivieron en el país porvenir Perrella propone un modelo de mundo, ficcional y verosímil, sobre la base de la historia nacional contemporánea; es decir, diseña un mundo posible en el cual se proyecta el país real alejado de la utopíay contrario a la distopía, esas promesas de la modernidad cargadas de belleza y horror que conforman la llamada literatura de anticipación. Un distanciamiento saludable y necesario para hablar de una nación que en el año 2030 habrá superado aquellas categorías tras el continuo desconocimiento de la armonía ideal  y el padecimiento de los excesos totalitarios actuales.
El relato y la reflexión convergen en el leitmotiv representado por “La gran o fatídica noche” que deriva en una “Madrugada apocalíptica”, con la cual se marca el cambio del destino de los habitantes: “Caracas estaba hirviendo, el cielo feo, el ambiente feo. Venezuela estaba fea, triste, oscura”, expresa el narrador. (Pág. 153). El breve lapso representa el clímax de la crisis y posibilita un renacimiento. Todo comienza a cambiar entonces: el contexto cultural, los personajes, las ideas. Entra en práctica una de las condiciones de textualidad más importantes: la progresión, con la cual se nos permite, entre otras cosas, observar las soluciones a los conflictos (Pedro recupera la salud después de dos años) y el desarrollo intelectual de los protagonistas (Alfredo se prepara para saldar su deuda histórica con el país).
Antes y después de los sucesos de la noche remota los personajes viven el desasosiego producido por la tensión entre dos Venezuela. Antes, expresa el narrador: “El país fue víctima de gobiernos caracterizados por lamentables y muy notables signos de irresponsabilidad, de ignorancia y de demagogia” (pág. 19). Después: “Ve un país que funciona pero considera que los gobiernos posteriores al régimen chavista han abandonado al pueblo a su suerte” (pág. 199).
No obstante, en el Período de la Consolidación la esperanza inspira a la reconstrucción nacional. El país tiene cuarenta millones de habitantes y una tasa de desempleo del 4%, tanto la infra como la superestructura del Estado van fortaleciéndose: se crea el Ministerio de Seguridad Ciudadana que aplica la Ley Orgánica de Seguridad para refundar los cuerpos policiales y conformar el Sistema de Seguridad Social que garantiza la salud y la educación del pueblo; se crea también el Viceministerio de Educación Inicial y se retoma la Fundación del Niño para contrarrestar el dolor, la ignorancia y la dependencia dejadas tras “cincuenta años de gobiernos corruptos e ineficientes que pretendieron llamarse ‘democráticos’, y eso dejó la traición histórica que la supuesta ‘revolución’ chavista le hizo al pueblo venezolano”, como se señala en la página 69; se desarrolla el Proyecto Nacional para la Educación con el fin de lograr, entre otros objetivos, la recuperación de la ciudad Universitaria “respetando con mucho celo el espíritu del proyecto del arquitecto Carlos Raúl Villanueva” (pág. 63); se inaugura la Universidad Nacional de la Seguridad y la Policía Científica (POLCI) para combatir el “crimen organizado, narcotráfico, terrorismo, secuestro, homicidio y crímenes financieros y cibernéticos” (pág. 115); se desarrolla el Sistema Nacional de Identificación Ciudadana para impedir la desinformación y el ocio que conducen a la delincuencia; y se atiende también la recreación en el Ministerio de Turismo que implementa un Plan Nacional de Desarrollo Turístico.

El país como oficio
Después de la muerte de Juan Vicente Gómez, el ensayista venezolano Mariano Picón Salas regresa de un largo exilio con la tarea de vencer nuestro atraso e identifica la misión del escritor con la del maestro de escuela elemental, inscribiéndose así en la añeja tradición hispanoamericana que nace luego de las guerras separatistas y que tiene en el hombre de letras, el letrado del primer humanismo, al civilizador. En otras palabras, al responsable de la reconstrucción intelectual que debe aplicar el precepto latino utile-dulce con el cual “instruye y agrada” o “enseña con deleite”, en un proceso que va de la imitación de la naturaleza a la representación de la sociedad.
Esta tradición tiene en el realismo y en la prosa didáctica sus fuentes de inspiración. De allí tomará sus instrumentos el literato finisecular para producir una novela nacional apegada a la tierra y ascender a la cumbre donde se ubica la obra de Rómulo Gallegos, a despecho de Gómez. Cuando Picón Salas vuelve, al intelectual le resultará imposible, una vez más, evadir el país. Este se convierte en oficio en las manos de Uslar Pietri, Briceño Iragorry, Otero Silva. Y así lo entiende a posteriori el dramaturgo José Ignacio Cabrujas, quien mantuvo hasta sus últimos días una columna en el diario El Nacional titulada “El país como oficio”.
En la actualidad el país porvenir es el oficio de Perella. A él se dedica en una prosa a ratos didáctica para hablarle claro a la población. El mensaje es no desanimarse ante las adversidades del presente –o el pasado que ahora vivimos- y estar atentos a las posibilidades reales de acceder al porvenir. Es su modo de decirnos que para lograr el cambio  debemos agregarle acción a la fe y al deseo. Y, sobre todas las cosas, trabajar, como lo expresa en boca del presidente encargado de la transición, en palabras dignas de citar in extenso:

Los venezolanos tenemos que volver al empleo. El trabajo dignifica, el trabajo purifica, el trabajo satisface, solo a través del trabajo digno, serio, formal, y adecuadamente remunerado seremos otra vez un país de paz, de armonía, de progreso. La sensación del deber bien cumplido eleva nuestra alma. Cuando culmina nuestra jornada de trabajo, justo cuando nos entregamos al descanso y empezamos a transitar por la experiencia espiritual de revisar nuestra vida, nuestras acciones, nuestro día, es precisamente entonces, queridos compatriotas, que podemos disfrutar la gratificante y purificadora sensación que nos da el saber que cumplimos con nuestras responsabilidades de la mejor manera que pudimos, que con nuestra actuación hicimos la diferencia y que con nuestro desempeño laboral, sea cual sea nuestra labor, aportamos un granito de arena a la institución para la cual trabajamos y en consecuencia nuestro país mejorará ese día. Esa es la sensación de plenitud que invito a disfrutar a todos los venezolanos al final de cada día. Y solo trabajando dignamente lo lograremos. (Pp. 112-113).


El relato es un servicio que se le hace a Venezuela, para no olvidar sus desvíos según los caprichos de los mandatarios ni de sus desfasados idearios políticos. De allí el registro pormenorizado de tipos superados en el porvenir. Por las páginas desfilan los beneficiados históricos, esos personajes enriquecidos por la coyuntura política como los militares “boliburgueses” y sus jevas bolivarianas; los escuálidos u opositores, incluidos los autoexiliados en Miami: “fracasados o lidiando con el punto de equilibrio” (pág. 128); y los bachaqueros, hijos de la dramática escasez chavista que “provenían por igual de los diferentes estratos sociales porque se comerciaba desde la leche, el arroz y el café hasta los carros, los televisores y los dólares, en fin, todo lo que era escaso y estaba regulado” (pág. 323).
A estas alturas, el país de los buenos negocios y de los “enquistamientos” ha sucumbido ante la grave sintomatología de los gobiernos que provocaron la huida en masa: “En esos años Maiquetía era tristemente famosa por las fotos de despedida que plasmaban una dolorosa diáspora y por las ilegales actuaciones de persecución y amedrentamiento político cuando llegaban o salían del país quienes osaban  oponerse al régimen” (pág. 248).

En Ellos vivieron en el país porvenir el punto, definitivamente, es el país, nuestro país. Un fragmento del mapa de América del Sur que  involuciona a paso de vencedores y reaparece ahora impulsado por las artes de la prolepsis en las manos de José Antonio Perella, un caraqueño de 56 años de edad, Administrador de Empresas y productor independiente que vino a demostrarnos, en esta hora aciaga, que puede administrar la esperanza de esta empresa llamada Venezuela.

 

Perrella, José Antonio. (2017). Ellos vivieron en el país porvenir. Caracas: Editorial Cuatropés.


miércoles, 28 de junio de 2017

Pronunciamiento público del Consejo de la Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad Central de Venezuela, para denunciar y fijar posición frente a la Inaceptable escalada de violencia





El principio y el móvil de la tiranía es únicamente el miedo.
Víctor Alfieri. De la tiranía

El Consejo de la Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad Central de Venezuela, en su sesión del día martes 20 de junio, ejerciendo su inalienable derecho a la participación en los asuntos públicos, el derecho a la libertad de expresión y el derecho a la libertad de conciencia que tienen los ciudadanos venezolanos, según lo que contempla el artículo 62 de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, acordó emitir un pronunciamiento público ante los hechos que reflejan la escalada de violencia de la que ha sido víctima el país en las últimas semanas.
            Estamos viviendo una crisis sin precedentes en la historia de la República; la violencia se ha instalado como el componente más significativo de los últimos acontecimientos. El Ejecutivo Nacional no emite disposición alguna para impedir la consumación de delitos, ni para resguardar  la integridad y la vida de los ciudadanos. Por el contrario, vemos con estupor cómo los organismos de seguridad del Estado fuera de todo orden social, ejercen una violencia horizontal con la que exhiben una faceta sombría y perversa como únicas razones por encima de la moral.
            Se evidencia en las instituciones del Estado la ruptura y el quebrantamiento de los valores morales porque no son respetados; esto sin duda modela una sociedad en la cual las acciones violentas se ven validadas y destacadas porque su interés reside en la disolución de los marcos sociales. El rol del Estado no es tomar partido político sino poner un marco legal a todos por igual.
            Los cuerpos represivos del Estado se muestran como seres desarraigados que incurren en la transgresión de las leyes y las normas sociales, promoviendo la convulsión política que potencia todas las formas de violencia. Axioma criminal en escalada y lo que es peor, impunidad. El quebrantamiento de la ley está presente; el muestrario delictivo que ejerce la Policía Nacional Bolivariana y la Guardia Nacional es tan elevado que difícilmente admite equivalente: robo, tortura, detenciones arbitrarias mediante subterfugios jurídicos, vejámenes y en esta última escalada, el asesinato, el homicidio sin máscara, sin neolengua que valga. A la usanza de los viejos caudillos, se confunde autoridad con abuso de poder.
            Como una historia que enfatiza en la opresión, los voceros del gobierno sólo muestran una terca militancia que redunda en el fanatismo enfermizo y en el desconocimiento de la protesta pacífica  que a todas luces circunda la República entera. El uso de armas de fuego por parte de la gnb, ha dejado un altísimo saldo de ciudadanos heridos e incluso muertos que, lastimosamente, pasan a engrosar la enorme lista de víctimas de la represión desmedida contra la libre protesta. Adicionalmente, la justicia militar ha hecho sentir su acción represora al detener en el mes de mayo a catorce jóvenes en la isla de Margarita, estado Nueva Esparta, siete de los cuales recibieron medida privativa de libertad y se les ordenó la cárcel de La Pica, estado Monagas, como centro de reclusión; en el mes de junio imputó a estudiantes universitarios de la udo y la ucab (Ciudad Bolívar, Guayana), los cuales fueron arbitrariamente detenidos en la cárcel El Dorado, retén de máxima seguridad,  negándoseles la visita de los fiscales del Ministerio Público para constatar su situación de salud y detención, así como la de sus familiares. Ha comenzado a naturalizarse lo inaceptable como es la detención de jóvenes en centros de reclusión de presos comunes de alta seguridad, en zonas muy lejanas a donde se realizan los juicios, Incomunicación prolongada, con la participación de tribunales militares y juicios militares a civiles.
            Lo anterior sólo pone en evidencia una terrible crisis social y política, donde el problema se genera porque aquellos que deben garantizar la vida de los ciudadanos llegan a los peores extremos de la maldad para legitimarse. La desmedida represión a la que la ciudadanía se ve expuesta pone a prueba a los individuos y nuestros jóvenes con mayor vulnerabilidad son las principales víctimas de esta conducta extrema que reduce y causa irreparables daños a la ciudadanía. Por otra parte, la sistemática táctica represiva obliga a pensar que se trata de un plan preconcebido con el objeto de paralizar y amedrentar a la población imponiendo el silencio, el temor y la resignación.
            Como universitarios, elevamos un reclamo de justicia por las muertes que no debieron ocurrir, por una ciudadanía asediada por la violencia criminal e institucionalizada.
            Exigimos al Estado el cumplimiento del artículo 68 de la Constitución nacional que expresa claramente: “Se prohíbe el uso de armas de fuego y sustancias tóxicas en el control de manifestaciones pacíficas”.
Exigimos al Estado  prohibir de manera expresa a los cuerpos represivos las detenciones arbitrarias porque constituyen una práctica criminal que atenta contra los Derechos Humanos.
            Exigimos la prohibición del porte de armas a la población civil, situación que contribuiría en detectar la presencia de individuos o grupos armados al margen de la ley, los cuales abiertamente han venido operando en las manifestaciones pacíficas.
            Exigimos que se identifiquen los efectivos militares que participan en el «mantenimiento del orden» con el fin de impedir la impunidad en los casos de violación de los Derechos Humanos. La responsabilidad penal es individual y esto contribuye a llevar por vía judicial y no de manera política cualquier delito cometido por un efectivo militar. Pero también se debe recordar que entre los militares la responsabilidad no solo es individual sino que también es de la línea de mando.
            Exigimos que se prohíba portar armas a los funcionarios de “inteligencia” del Estado que participan de forma encubierta en actividades de orden público, manifestaciones y protestas. La presencia de estos ha sido un factor de violencia, tal como ha quedado demostrado durante los últimos trágicos eventos.
Como universitarios respetamos las distintas opiniones, pero exigimos respeto y ponderación en la expresión de las ideas, sobre todo no podemos avalar la trasgresión de los límites civilizados hacia la violencia, porque la resistencia es una actitud de rechazo frente a cualquier tipo de opresión u obstáculo que nos obliga a hacer o ser lo que no deseamos.
            Exhortamos a la ciudadanía a ser cauta y reflexiva frente a los acontecimientos que vendrán, porque esta escalada de violencia, podría ser utilizada para justificar la imposición de un autoritarismo que se escudará detrás de la seguridad social para desaparecer y reprimir a los que reclamamos públicamente vivir en un país más justo y soberano. La violencia que se impone desde el Estado es claramente el primer desencadenante de la descomposición social.
Este comunicado se emite con el ánimo de contribuir con el respeto a los Derechos Humanos y la paz de la República.


            Dado, firmado y sellado en el salón de sesiones del Consejo de la Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad Central de Venezuela,
a los veinte días del mes de junio de dos mil diecisiete.

lunes, 3 de abril de 2017

El diente roto, de Pedro Emilio Coll







No es quizás «El diente roto» el mejor cuento de Pedro Emilio Coll. Hay en otros de sus relatos mayor seriedad en la base conceptual de la narración, más alta intención de arte, más rigor en la forma. «El diente roto» puede parecer demasiado sintético, despojado en exceso de literatura narrativa, ajeno a la profundidad que el tema hubiera podido dar de sí. A pesar de ello, hay muchas razones para haber escogido este cuento y no otro. «El diente roto» es el más nombrado y el menos conocido de los trabajos de Coll; se le cita en periódicos y revistas, se pretende hacerlo plagio de una obra de Eça de Queiroz, se habla abundantemente de él y, sin embargo, pocas veces se cita «El diente roto» con completo conocimiento. Para nosotros, esta pequeña obra de Pedro Emilio Coll es, al mismo tiempo, un cuento excelente y una magnífica caricatura de un personaje harto común en la vida política de cualquier país. Bien encerrado en sus cortas páginas, el misterio del diente roto ilumina de sonriente escepticismo la relación que hay entre los negocios importantes del mundo —la gloria, el poder, la riqueza— y algunas de sus pequeñas causas inocentes. Muy ajustada a la grata ironía de Coll la historia de ese diente, que en el filo de su incómoda quebradura asienta el motivo primero de la solemne apariencia de un gran personaje, solemne e importante.

Guillermo Meneses, en su Antología del cuento venezolano.


viernes, 31 de marzo de 2017

La tertulia del café de Pombo, de José Gutiérrez Solana



La tertulia del café de Pombo se encuentra en el museo Reina Sofía de España.


Abajo y a la izquierda, aparece el escritor venezolano Pedro Emilio Coll.






La tertulia del Café de Pombo es la obra más emblemática de José Gutiérrez Solana, exponente de la gran afición de su autor a las reuniones de intelectuales, habituales durante el primer tercio del pasado siglo en los más conocidos cafés madrileños: el Nuevo Levante, el Universal, el Candelas y, sobre todo, el que da título al cuadro, el Pombo.
El lienzo, donado al Estado español por Ramón Gómez de la Serna en 1947, fue expuesto previamente en el I Salón de Otoño de Madrid, celebrado en octubre de 1920 en el famoso café madrileño del que tomó su nombre, situado en la calle de Carretas. Posteriormente pasó a formar parte de la colección de Gómez de la Serna.
Los protagonistas de la pintura son algunos de los mas destacados intelectuales de la época: Manuel Abril, Tomás Borrás, José Bergamín, José Cabrero, Gómez de la Serna –de pie, en el centro de la escena– Mauricio Bacarisse, el propio Solana autorretratado, Pedro Emilio Coll y Salvador Bartolozzi.
El esquema compositivo de este conocido lienzo repite las constantes de otras representaciones solanescas: fuerte claroscuro, frontalidad y hieratismo en el tratamiento de los personajes, así como la disposición de estos en semicírculo, rodeando a la figura central. El espejo aparece en su condición de elemento mágico, por medio del cual se confunden la realidad y la ficción, tal como ocurre asimismo en otros lienzos de Solana. La concepción dibujística de la obra, la abundancia de materia y el predominio de los tonos sombríos son también características de este popular retrato colectivo.

Paloma Esteban Leal

Texto tomado de la página web del Museo Reina Sofía.








martes, 28 de marzo de 2017

Pedro Emilio Coll ante la crítica




Douglas Bohórquez
«La postulación de un nuevo canon en el cuento modernista» (2007)


«[En "El diente roto"] se revela la ironía y escepticismos propios de su escritura» (p. 65). 

Julián Padrón y Arturo Uslar Pietri

prólogo a Antología del cuento moderno venezolano (1895-1935)

«Pedro Emilio Coll en formas más castigadoras y sutiles, parece buscar las normas de la novela filosófia del siglo XVIII y su eco en Francia. Su posición es única en nuestras letras y sólo mucho tiempo después aparece Julio Garmendia que parece querer acompañarlo con La tienda de muñecos».


Jesús Semprum
«Del modernismo al criollismo» (1921)

Pedro Emilio Col, que andando el tiempo había de adquirir uno de los estilos más sencillos, diáfanos y puros que pueden encontrarse en nuestra América, curábase entonces poco de la elegancia del lenguaje, cuidando con preferencia de su claridad y de su lógica

Mariano Picón Salas
Pedro Emilio Coll


«Pedro Emilio Coll será el crítico y el guía de este generación del 95. Nacido en Caracas en 1872 y muerto en 1946, la breve, pero muy concentrada obra literaria de Coll (Palabras, El castillo de Elsinor, La escondida senda) es una de las más finas glosas que un venezolano haya dedicado al espectáculo del mundo y de la cultura finisecular, y a este sensibilidad un tanto mórbida, turbada y ansiosa, con que los hombres del último medio siglo han sufrido y expresado una época de extremadas tensiones espirituales» (p. 139)


«Nadie ha sabido recoger como él el color y el ambiente de algunos momentos venezolanos; crónicas y recuerdos suyos como los que ha dedicado a los últimos días de la autocracia de Guzmán Blanco y al despreocupado libertinaje de la época de Andueza Palacio, cuando Caracas pretendió ser un país tropical con cafés, cantantes, largas temporadas de ópera, coches y caballos importados, revelan en Pedro Emilio una frustrada vocación de novelista» (p. 139)


«Temperamento muy armonioso y equilibrado, supo librarse de los falsos adornos de la época modernista y logré el secreto de una prosa tan clara, justa y persuasiva» (p. 139)


«Si la literatura de Pedro Emilio Coll aspira, sobre todo, a ser una literatura de ideas, la de otros de sus contemporáneos, Manuel Díaz Rodríguez, señala una singular ambición estética» (p. 141)


«Él alzará un hermoso laude a la memoria de Antonio Paredes, el arrogante guerrero sacrificado por Cipriano Castro; y los protagonistas de sus más famosas novelas (Idolos rotos, Sangre patricia) son individualidades exaltadas, profundas neuróticos, que, cuando no pueden embriagarse en la acción, cuando fracasan en su choque con el mundo, anhelan hacerse una vida personal, única, que de ningún modo se parezca a la de los hombres comunes. El Arte, es, en todo caso, la más alta justificación moral de una vida» (p. 141)

Luis Beltrán Guerrero
«Desterrado de Atenas» (1981)

«Al confirmar el fino espíritu y la formación grecorromana, a más de francesa (siendo Francia la nueva Grecia) de Pedro Emilio, permítaseme, sin embargo, negar que haya padecido nunca de ostracismo en su Caracas, criollo universal como era, y no nacionalista exclusivo como Urbaneja Achelpohl, o griego extranjerizante siempore como Pedro César Domínici, sus otros compañeros de Cosmópolis, el nombre sthendaliano sugerido por la novela de Bourget que sirvió de bandera a la famosa revista 1894» (p. 245)


«El juego de relaciones entre esos escritores frente al problema de lo autóctono, ha sido muy bien observado por Rafael Angel Insausti –Urbaneja, la tesis; Domínici, la antítesis; Coll, la síntesis- juego que se repiten en su trayectoria humana, pues Urbaneja no sale nunca del país, Domínici se aleja desde su juventud hasta la muerte, salvo un interludio vacacional de 1933; y Coll hará su primer viaje a Europa en 1987, regresará en 1899; volverá en 1915, regresará en 1923… y así para morir el 20 de marzo de 1947, en esta Caracas que tan fresca y donosamente describió en sus crónicas, y donde había nacido un 12 de julio de 1872» (p. 245)


«Pedro-Emilio Coll fue un crítico creador, cuya orientación, ajena a escuelas y exclusivismos, sujeta a la impresión sujetiva ayudada por la educada reflexión, nos dejó un magnífico saldo espiritual, si se aprecia por las conciencias que removió y remueve desde sus notas de lector, en las que la modestia del oficio declarado, oculta la capacidad de exégesis y la riqueza de sugestiones intelectuales» (p. 247)



Pedro Emilio Coll, de Jesús Semprum

El estilo (Fragmento)




Desde sus primeros ensayos de Cosmópolis, el lector menos avisado columbra en Pedro Emilio Coll una intensa personalidad literaria. Dijo Buffon que sólo las obras bien escritas pasarán a la posteridad; y aunque dijo una verdad incontestable según mi parecer, con todo eso hubiera podido ser un poco más explícito. Porque no creo yo, ni lo creería Buffon, que una obra escrita en estilo pintiparado y relamido, músico y hechicero, sea digna, por ese mérito, de perdurar sobre el incontenible y eterno discurrir de las aguas del olvido. No tanto. Pero sí cabe asegurar que una obra, pequeña o grande por la extensión, nimia o trascendental por el asunto, estará escrita en estilo apropiado, enérgico y firme, siempre que su interés intrínseco, ético o estético predomine con brillo incontrastable de estrella fija sobre el efímero e intermitente resplandor de los enjambres de luciérnagas errabundas. Sin embargo, Pedro Emilio Coll escribió en El castillo de Elsinor: «Si muchas frases perduran al través de los tiempos, es más por su belleza sinfónica que por su estricto significado».
Su propio estilo es la más elocuente respuesta que puede darse a semejante afirmación. Porque Pedro Emilio Coll no es un estilista en el sentido que suele asignársele corrientemente a este vocablo: encuéntrase muy lejano del preciosismo meticuloso y plástico de Díaz Rodríguez y también de la estudiada e intencionada pulcritud que Zumeta sabe poner en sus prosas, como pavón de hechicería que convierte el puñal en juguete de lindos reflejos; y, sin embargo, su estilo tiene tanta intensidad personal, tanto mérito rítmico y de elocuencia como el de nuestros mayores artistas del verbo. y es porque Coll no escribe nunca sino cuando en su cerebro se hincha irresistible, preñada de reflexiones o imágenes, la onda del pensamiento, con impulso tan vehementemente arrollador que barrunto que la más fuerte tensión de su voluntad sería impotente para detener el flujo de las palabras expresivas.
Con esto bastará para que comprendáis que Pedro Emilio Coll es el menos retórico de nuestros escritores. Elección de palabras, construcción y ordenación de frases, son para él cosas poco menos que desconocidas; pero el mismo furor divino que arrastraba a la pitonisa a prorrumpir en frases incoherentes cuyo extraño sentido turbaba el ánimo de los que consultaban el oráculo, lo arrastraba igualmente a encontrar en el momento preciso la frase feliz y armoniosa que expresa justamente aquello que está palpitando entonces en su pensamiento.
Es un inspirado, no en el sentido que los viejos poetas atribuían a aquella inspiración ciega y sorda que guiaba al bardo por los mayores aciertos de dicción y de idea y por los más funestos extravíos; pues esta inspiración no es nunca desordenada y violenta, ni anda a «saltos de antílope», como creían los románticos que debe andar siempre. Entre el estilo de Montalvo, por ejemplo, que no fue nunca sino un desesperado romántico, en política y en literatura, y el de Coll, existen dos fosos inmensos: el uno formado de purismo impertinente, a ocasiones insoportable, en el ecuatoriano, y el otro de orden sereno, diáfano y puro, en el venezolano. Los partidarios del gramaticalismo encontrarán superior el estilo del primero, porque en él es casi imposible encontrar palabra, giro ni frase que no esté suficientemente autorizado por antiguos escritores españoles; y yo, a pesar de ello, me quedaría con el del segundo, por la transparencia, la elegancia desnuda y sin artificio, y principalmente por aquella resonancia recóndita, que no reside por cierto en la mayor o menor habilidad con que está compuesta la frase, sino en la armonía y en la justeza con que se adapta el íntimo pensamiento del escritor a la forma con que lo expone, en concordancia total y expresiva, como en plenitud melodiosa adáptase el agua del océano a los recodos y acantilados de la ribera.

Y no perdurará su obra «por su belleza sinfónica» en sí, sino porque su belleza sinfónica es producto de una superior, de una honda armonía espiritual: la línea, el matiz, el acorde, no existen para él como fenómenos independientes, sino como efecto o como manifestaciones de una fuerza íntima, residente en el yo; y de esta guisa, cuando el idealista irónico que escribió El castillo de Elsinor y Homúnculos se encuentra en contacto con lo exterior, un individualismo casi pantagruélico se desprende de su obra como olor de suculencias y tentaciones que surgiera de la retorta o de la alquitara de un sabio químico...