El general Zenón Marapacuto entra a El
Guamo de Guanape con sesenta hombres a caballo, sesenta y uno con él. Veinte y
nueve se ufanan de sus lanzas monaguerras, treinta y uno ni se atreven a
dejarse ver las puntas de píritu y uno solo, el jefe del Altouchire, porta además
de lanza, punta de píritu, cuchillo caimanero, machete, revólver y fusil,
sesenta tiros y un escapulario con un trozo de palma bendita de la vara de San
Juan de Purguey. El general Zenón Marapacuto llega preguntando dónde está el gran
carajo.
―Pero
qué gran carajo, Zenón ―lo para la sorda Estílita, que además del padecimiento
del oído renquea de la izquierda y sufre de un lunar de pelos bajo una paleta que
le abarca la axila y medio seno del mismo lado.
―Cómo
que qué carajo. El que inventó que esta revolución era una mierda.
―Aquí
no hay carajos, Zenón ―le miente la mujer.
Entonces
el general Zenón Marapacuto, que no ha bajado del caballo, ordena que carguen
con Estílita. Güire le amarra las manos y las piernas. Barrigaesipe enhorqueta
la carga de desolación sobre su mula.
El
general Zenón Marapacuto, el gran carajo, emocionado hasta las lágrimas, ordena
la retirada.
Por
las afueras de Guanape marchan Zenón y cincuenta y nueve hombres.
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