domingo, 3 de abril de 2016

Dieciséis, de Alfredo Armas Alfonzo






El general Zenón Marapacuto entra a El Guamo de Guanape con sesenta hombres a caballo, sesenta y uno con él. Veinte y nueve se ufanan de sus lanzas monaguerras, treinta y uno ni se atreven a dejarse ver las puntas de píritu y uno solo, el jefe del Altouchire, porta además de lanza, punta de píritu, cuchillo caimanero, machete, revólver y fusil, sesenta tiros y un escapulario con un trozo de palma bendita de la vara de San Juan de Purguey. El general Zenón Marapacuto llega preguntando dónde está el gran carajo.
            ―Pero qué gran carajo, Zenón ―lo para la sorda Estílita, que además del padecimiento del oído renquea de la izquierda y sufre de un lunar de pelos bajo una paleta que le abarca la axila y medio seno del mismo lado.
            ―Cómo que qué carajo. El que inventó que esta revolución era una mierda.
            ―Aquí no hay carajos, Zenón ―le miente la mujer.
            Entonces el general Zenón Marapacuto, que no ha bajado del caballo, ordena que carguen con Estílita. Güire le amarra las manos y las piernas. Barrigaesipe enhorqueta la carga de desolación sobre su mula.
            El general Zenón Marapacuto, el gran carajo, emocionado hasta las lágrimas, ordena la retirada.
            Por las afueras de Guanape marchan Zenón y cincuenta y nueve hombres.

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