Lo que sigue ser un cuento policial.
Comienza con un cadáver en el rellano de la escalera del cerro donde confluyen
las dos escaleras que vienen de arriba con la única que llega hasta abajo, detrás
del túnel y no muy lejos de la avenida. En esa Y de conjunción de escalones
yace el occiso. Magnum .357: tres orificios de entrada en la espalda y otros
tantos de salida, horribles, indicando un trabajo especial en las puntas de las
balas. Cayó allí mismo, según determinaron los individuos de lentes oscuros,
chaquetas de cuero y dobles guantes de látex. El charco de sangre se desparramó
un poco cuesta abajo sobre los escalones irregulares, pero no hay señales de
que el cuerpo haya sido arrastrado. Boca abajo, pareciera que está descansando.
Más aún, si uno se acerca al rostro del caído, podrá observar que la lengua
sale entre los dientes y toca el concreto, como si estuviera probando esa
inmensa capa de pastillaje de torta que cubre la tierra ocre. Porque un cerro
tiene horror a la tierra pelada, por donde se deslizan viviendas y vidas.
Cuando lo mataron tenía puestos los zapatos, según declarará el bodeguero, el único
del vecindario con suficiente guáramo para asomarse. El cuento se complicará
cuando se devele la identidad de la persona ultimada, honrado padre de familia
y conocida personalidad, cuya extracción de clase alta se desprende de lo fino
de su ropa y sus dedos manicurados. No faltará quien adelante conjeturas sobre
el narcotráfico y el lugar equivocado a la hora equivocada, pero ese no es el
caso. Hay una baranda de hierro oxidado de un lado, y del otro una pared de
bloques. Muchos lugares desde donde pudieron emboscarlo. Casi a quemarropa,
probablemente el (los) asesino(s) lo conocía(n). Cerca de allí hay un rancho sin
baño donde lo lloraron dos mujeres. Una es madre de la otra. La hija tiene
dieciséis años, el pelo negro azabache, la piel de canela y los senos abultados
y enhiestos como la proa de un galeón. Igualita a su madre a esa edad, cuando
comenzó a trabajar para la familia del muerto como servicio de adentro y al
poco tiempo salió preñada. Las malas lenguas aseguran que la hija se parece
mucho al ultimado. El muchacho sí le salió bien distinto, retinto y con amplio
prontuario: muchas entradas y salidas y varios muertos encima. Será uno de los
primeros sospechosos: lazos sanguíneos, machos en celo. Los periodistas no
tardaron en llegar al lugar de los acontecimientos, y, cual zamuros, se cebaron
en la carne muerta entretejiendo hipótesis que enreden a las madres, a la
marginal y a la aristócrata de los hijos legítimos, buenos para nada y bajo
investigación por unos viajes y unos tráficos. No se les escapará a los
muchachos de la última página la conexión entre la esposa, el Ministerio del
Interior, una de las más famosas tribus de abogados y la alta jerarquía de la
Iglesia. Saldrán a relucir influencias y sobornos, y hasta es posible que
redireccionen o hagan rodar alguna cabeza del Gabinete. El caso pasará a
denominarse el cangrejo del barba azul del Este, y será el tema de un programa
matutino de opinión, donde usualmente desfilan seres de cien mil raleas. No
tardarán en darse múltiples autos de detención y abundantes redadas, con saldo
de copiosos muertos y heridos, entre ellos, con toda seguridad, la madre
marginal y su hija. El hijo será aprehendido en un operativo y morirá en un motín
del retén judicial. Darán ruedas de prensa el Director del Cuerpo Técnico de
Policía Judicial, la Fiscalía, varios ministros y la presidencia de la Corte
Suprema de Justicia. Se pronunciará el Jefe del Estado en una alocución
dirigida a todo el país por cadena televisiva. La Conferencia Episcopal
deplorará la situación de abandono e inseguridad de los ciudadanos e instará al
Ejecutivo a sentar las bases de un programa de paz social. La Comisión
Interamericana de Derechos Humanos abrirá un expediente sobre el caso y
amenazará a la nación con una demanda judicial que mantendrá ocupadas buena
parte de las vidas del Fiscal General, el Contralor General, el Ministro de
Justicia y el Canciller de la República. El país será visitado por el Comité Internacional
de la Cruz Roja, el Secretario General de Amnistía Internacional y el Relator
Especial sobre la Cuestión de la Tortura de las Naciones Unidas. Desde Miami, y
a través de un remitido de prensa, la viuda y sus hijos anunciarán su intención
de no regresar al país hasta tanto no se den las condiciones para garantizar el
estado de derecho.
Todo
esto, repito, será un cuento policial, pero está por escribirse.
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