Ángel Gustavo Infante
La primera novela de
José Antonio Perrella (Caracas, 1961) se desarrolla en el futuro y relata la
historia sentimental de la profesora Isabel Contreras y del empresario Alfredo
Manfredi, quienes se conocen una tarde del año 2030 en el Jardín de Los
Chaguaramos ubicado en la Ciudad Universitaria de Caracas, a raíz de la
protesta realizada por la doctora Contreras, docente en la Escuela de
Sociología de la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales (Faces), ante la
propuesta de Manfredi, dueño de la empresa Seguritas, en una reunión celebrada
en el rectorado para ofrecer sus servicios de protección social, lo que para la
profesora significaba una intromisión en la vida académica y un atentado contra
la autonomía universitaria.
En
veinte capítulos Perrella monta las semblanzas de los personajes, desde su
formación hasta la conformación y desarrollo de la pareja protagonista que
supera ciertos escollos amorosos. Por el lado de ella con su exnovio, el
ingeniero William Moreno, quien toma distancia ante sus quebrantos producidos
por un prematuro cáncer de endometrio; o la aventura que se permite con Johnny
Añez, un oficial de la Policía Científica (Polci) encargado de esclarecer el
caso de su novio Pedro Mogollón, a un año de la extraña desaparición de éste,
quien resultará ser hermano de crianza del empresario y tendrá un valor especial
en su crecimiento afectivo. Y por el lado de él, la trágica historia con su
difunta esposa Cristina Schmitz y la soledad compartida con Elena Machado,
Gerente General de Seguritas.
Las vidas privadas y las acciones públicas de estos
personajes adquieren fuerza dramática por el entorno en el cual se desarrollan:
un país en proceso de reconstrucción cuyo referente es Venezuela en los años
posteriores al régimen chavista, luego de un período de transición y cuatro
gobiernos de consolidación desarrollados en un lapso durante el cual se expone la tensión existente
con el pasado nacional enmarcado en las administraciones democráticas
posteriores a la dictadura del general Pérez Jiménez, el advenimiento del
chavismo como consecuencia de los excesos del poder y la caída del autodenominado
“Socialismo del siglo XXI”.
Ficción y
reflexión
El
primer atractivo de una obra es el título, su función es ganar lectores
mediante un sutil proceso de seducción en el cual se puede brindar algún adelanto
de la historia. En este caso nos atrae la paradoja creada por el contraste
entre un verbo en pretérito perfecto (vivieron) y un sustantivo (porvenir) que
logra crear cierto suspenso por la dimensión temporal con la que identifica al
objeto (país) o espacio donde se desarrollará la acción novelesca. Así tenemos
que ellos, Isabel y Alfredo, vivieron en una Venezuela aún desconocida y esto,
necesariamente, nos causa curiosidad, porque ¿a quién no le interesa el futuro?
Esta
estrategia, unida a la composición de la ópera prima, augura buena recepción por
parte del lector de novelas que siente predilección por la estructura idílica;
es decir, por el relato cuyo eje central está constituido por los altibajos que
experimenta la relación amorosa de la pareja protagónica. La historia está bien
administrada, conduce al lector sin dificultades. Si bien las secuencias observan
linealidad, ello no impide advertir la voluntad estructural: los capítulos
avanzan sobre la tensión narrativa y presentan indicios para asegurar la
atención y el interés del lector, como puede apreciarse entre el comienzo de la
novela y el capítulo siete, en el cual, con un flashback, se da inicio a la
historia (pág. 89); o en el retroceso del capítulo ocho para hacer el perfil de
Alfredo Manfredi, hasta retomar la secuencia central en el capítulo diez.
En la
factura narrativa se alternan efectivamente los distintos órdenes discursivos:
la descripción de lugares y personajes, en combinación con la narración de las
acciones, construyen la atmósfera adecuada, mientras el intercambio
inter-personajes apoyado en el dinamismo de la lengua, sin temor a los usos
coloquiales, demuestra dominio del diálogo, como puede observarse en el
capítulo seis:
Todo su cuerpo
temblaba intensa y descontroladamente. Llamó a Andrés, el amigo con quien había
ido a la reunión en San Román. Andrés sí lo atendió.
—¡Andrés,
chamo! —gritó Alfredo.
—¿Qué
pasó pana, qué coño tienes?
—Chamo,
¡me intentaron secuestrar!
—¿Qué? ¡Qué
ladilla vale! ¿Y qué te pasó?
—Coño,
¡me salvó el blindaje! ¡Me cayeron a plomo! (pp. 86-87).
A
medida que el narrador omnisciente relata los sucesos, surge otra voz que
ensaya en tono reflexivo con recursos propios de otro tipo de texto. Esto puede
significar que el autor real ha elegido la ficción literaria porque ésta,
gracias a su permeabilidad discursiva, le permite proyectar su deseo de cambio
sobre el análisis del errado desarrollo político. De allí que sus estrategias expositivas
y conceptuales se alternen con los recursos tradicionales de la narrativa para,
al final, acoplarse con la ficción.
Lo
antes dicho puede observarse en el segundo capítulo donde la descripción
conduce al análisis del entorno: Isabel cumple su itinerario acostumbrado en el
autobús 135, aquí se presentan los cambios experimentados por el sistema
suburbano relacionado con el uso de los hidrocarburos bajo el proyecto
denominado “Transporte para todos” y luego interviene la otra voz para advertir
que:
Desde la segunda
parte del siglo XX hasta bien entrada la primera mitad del siglo XXI a los
venezolanos se nos regaló el combustible. Sacar un automóvil a rodar no tenía
prácticamente ningún costo directo. Los estacionamientos, con sus precios
controlados, no significaban mayor gasto y el combustible no representaba
ninguno. Salir en el automóvil era un acto sin consecuencias para el
venezolano. (Pág. 17).
De
este modo, la relación de los sucesos dada por el narrador y la reflexión hecha
por el autor, se van integrando, como se percibe en el capítulo cuatro cuando
la presentación de Alfredo da pie al análisis económico, o en el capítulo cinco
cuando el paseo de Pedro Mogollón por la Ciudad Universitaria se convierte en
introspección reflexiva. Se suceden también ciertos enlaces entre el
pensamiento y el relato (pág. 82) o viceversa (pág. 92). Y ocurre una
separación de los registros (pág. 105), para experimentar una nueva unión (pág.
147). Así hasta el capítulo dieciocho cuando Isabel y Alfredo, en vísperas de
matrimonio, ven por televisión la entrevista que la periodista Mary Reyes le
hace al Presidente de la República, con
lo cual se logra un recurso convincente para exponer ideas, tesis y análisis
ligados a la historia central.
En el
ínterin, la novela se puebla de microhistorias a modo de digresiones narrativas
que enriquecen la trama central, como el caso de Jesús Dugarte, Chúo, un chofer
de 58 años, vocero de la “Cooperativa de Transportistas Unidos por Guatire”,
vecino de Isabel; la anécdota -muy bien llevada, por cierto- de la venta de la
casa de los Manfredi en Valle Arriba; el intento de secuestro de Alfredo; el
accidente del plomero empleado de Pedro; la relación de Elena Machado y Jorge y
la extensión a la vida de la doctora Estrella Weiss. Todas, bajo el común
denominador del deterioro, sólo hablan de la corrupción, el despilfarro y la
doble moral.
Un mundo
imperfecto
En Ellos vivieron en el país porvenir Perrella
propone un modelo de mundo, ficcional y verosímil, sobre la base de la historia
nacional contemporánea; es decir, diseña un mundo posible en el cual se
proyecta el país real alejado de la utopíay contrario a la distopía, esas
promesas de la modernidad cargadas de belleza y horror que conforman la llamada
literatura de anticipación. Un distanciamiento saludable y necesario para
hablar de una nación que en el año 2030 habrá superado aquellas categorías tras
el continuo desconocimiento de la armonía ideal
y el padecimiento de los excesos totalitarios actuales.
El
relato y la reflexión convergen en el leitmotiv representado por “La gran o
fatídica noche” que deriva en una “Madrugada apocalíptica”, con la cual se
marca el cambio del destino de los habitantes: “Caracas estaba hirviendo, el
cielo feo, el ambiente feo. Venezuela estaba fea, triste, oscura”, expresa el
narrador. (Pág. 153). El breve lapso representa el clímax de la crisis y
posibilita un renacimiento. Todo comienza a cambiar entonces: el contexto
cultural, los personajes, las ideas. Entra en práctica una de las condiciones
de textualidad más importantes: la progresión, con la cual se nos permite,
entre otras cosas, observar las soluciones a los conflictos (Pedro recupera la
salud después de dos años) y el desarrollo intelectual de los protagonistas
(Alfredo se prepara para saldar su deuda histórica con el país).
Antes
y después de los sucesos de la noche remota los personajes viven el desasosiego
producido por la tensión entre dos Venezuela. Antes, expresa el narrador: “El
país fue víctima de gobiernos caracterizados por lamentables y muy notables
signos de irresponsabilidad, de ignorancia y de demagogia” (pág. 19). Después:
“Ve un país que funciona pero considera que los gobiernos posteriores al
régimen chavista han abandonado al pueblo a su suerte” (pág. 199).
No
obstante, en el Período de la Consolidación la esperanza inspira a la
reconstrucción nacional. El país tiene cuarenta millones de habitantes y una
tasa de desempleo del 4%, tanto la infra como la superestructura del Estado van
fortaleciéndose: se crea el Ministerio de Seguridad Ciudadana que aplica la Ley
Orgánica de Seguridad para refundar los cuerpos policiales y conformar el
Sistema de Seguridad Social que garantiza la salud y la educación del pueblo; se
crea también el Viceministerio de Educación Inicial y se retoma la Fundación
del Niño para contrarrestar el dolor, la ignorancia y la dependencia dejadas
tras “cincuenta años de gobiernos corruptos e ineficientes que pretendieron
llamarse ‘democráticos’, y eso dejó la traición histórica que la supuesta
‘revolución’ chavista le hizo al pueblo venezolano”, como se señala en la página
69; se desarrolla el Proyecto Nacional para la Educación con el fin de lograr,
entre otros objetivos, la recuperación de la ciudad Universitaria “respetando
con mucho celo el espíritu del proyecto del arquitecto Carlos Raúl Villanueva”
(pág. 63); se inaugura la Universidad Nacional de la Seguridad y la Policía
Científica (POLCI) para combatir el “crimen organizado, narcotráfico,
terrorismo, secuestro, homicidio y crímenes financieros y cibernéticos” (pág. 115);
se desarrolla el Sistema Nacional de Identificación Ciudadana para impedir la
desinformación y el ocio que conducen a la delincuencia; y se atiende también
la recreación en el Ministerio de Turismo que implementa un Plan Nacional de
Desarrollo Turístico.
El país como oficio
Después
de la muerte de Juan Vicente Gómez, el ensayista venezolano Mariano Picón Salas
regresa de un largo exilio con la tarea de vencer nuestro atraso e identifica
la misión del escritor con la del maestro de escuela elemental, inscribiéndose así
en la añeja tradición hispanoamericana que nace luego de las guerras
separatistas y que tiene en el hombre de letras, el letrado del primer
humanismo, al civilizador. En otras palabras, al responsable de la
reconstrucción intelectual que debe aplicar el precepto latino utile-dulce con el cual “instruye y
agrada” o “enseña con deleite”, en un proceso que va de la imitación de la
naturaleza a la representación de la sociedad.
Esta
tradición tiene en el realismo y en la prosa didáctica sus fuentes de
inspiración. De allí tomará sus instrumentos el literato finisecular para
producir una novela nacional apegada a la tierra y ascender a la cumbre donde
se ubica la obra de Rómulo Gallegos, a despecho de Gómez. Cuando Picón Salas
vuelve, al intelectual le resultará imposible, una vez más, evadir el país.
Este se convierte en oficio en las manos de Uslar Pietri, Briceño Iragorry,
Otero Silva. Y así lo entiende a posteriori el dramaturgo José Ignacio
Cabrujas, quien mantuvo hasta sus últimos días una columna en el diario El Nacional titulada “El país como
oficio”.
En la
actualidad el país porvenir es el oficio de Perella. A él se dedica en una
prosa a ratos didáctica para hablarle claro a la población. El mensaje es no desanimarse
ante las adversidades del presente –o el pasado que ahora vivimos- y estar
atentos a las posibilidades reales de acceder al porvenir. Es su modo de
decirnos que para lograr el cambio
debemos agregarle acción a la fe y al deseo. Y, sobre todas las cosas,
trabajar, como lo expresa en boca del presidente encargado de la transición, en
palabras dignas de citar in extenso:
Los venezolanos tenemos que volver al empleo. El trabajo dignifica, el
trabajo purifica, el trabajo satisface, solo a través del trabajo digno, serio,
formal, y adecuadamente remunerado seremos otra vez un país de paz, de armonía,
de progreso. La sensación del deber bien cumplido eleva nuestra alma. Cuando
culmina nuestra jornada de trabajo, justo cuando nos entregamos al descanso y
empezamos a transitar por la experiencia espiritual de revisar nuestra vida,
nuestras acciones, nuestro día, es precisamente entonces, queridos
compatriotas, que podemos disfrutar la gratificante y purificadora sensación
que nos da el saber que cumplimos con nuestras responsabilidades de la mejor
manera que pudimos, que con nuestra actuación hicimos la diferencia y que con
nuestro desempeño laboral, sea cual sea nuestra labor, aportamos un granito de
arena a la institución para la cual trabajamos y en consecuencia nuestro país
mejorará ese día. Esa es la sensación de plenitud que invito a disfrutar a
todos los venezolanos al final de cada día. Y solo trabajando dignamente lo
lograremos. (Pp. 112-113).
El
relato es un servicio que se le hace a Venezuela, para no olvidar sus desvíos
según los caprichos de los mandatarios ni de sus desfasados idearios políticos.
De allí el registro pormenorizado de tipos superados en el porvenir. Por las
páginas desfilan los beneficiados históricos, esos personajes enriquecidos por
la coyuntura política como los militares “boliburgueses” y sus jevas bolivarianas;
los escuálidos u opositores, incluidos los autoexiliados en Miami: “fracasados
o lidiando con el punto de equilibrio” (pág. 128); y los bachaqueros, hijos de
la dramática escasez chavista que “provenían por igual de los diferentes
estratos sociales porque se comerciaba desde la leche, el arroz y el café hasta
los carros, los televisores y los dólares, en fin, todo lo que era escaso y
estaba regulado” (pág. 323).
A
estas alturas, el país de los buenos negocios y de los “enquistamientos” ha
sucumbido ante la grave sintomatología de los gobiernos que provocaron la huida
en masa: “En esos años Maiquetía era tristemente famosa por las fotos de
despedida que plasmaban una dolorosa diáspora y por las ilegales actuaciones de
persecución y amedrentamiento político cuando llegaban o salían del país
quienes osaban oponerse al régimen”
(pág. 248).
En Ellos vivieron en el país porvenir el
punto, definitivamente, es el país, nuestro país. Un fragmento del mapa de
América del Sur que involuciona a paso
de vencedores y reaparece ahora impulsado por las artes de la prolepsis en las
manos de José Antonio Perella, un caraqueño de 56 años de edad, Administrador
de Empresas y productor independiente que vino a demostrarnos, en esta hora
aciaga, que puede administrar la esperanza de esta empresa llamada Venezuela.
Perrella, José Antonio. (2017). Ellos vivieron en el país porvenir. Caracas: Editorial Cuatropés.