de David Alizo
publicado en Griterío (1968)
ESTA TARDE, después del colegio, me encontré con Mercedes.
Me ha dicho que los muchachos de la esquina caliente están preparando una
fiesta en su casa, para el sábado próximo. Me dijo que Juancho anda recogiendo
cinco bolos por cabeza para comprar las bebidas y pastelitos (los de Herminia, la
de la Avenida Páez, son los mejores) y frutas para hacer una tisana, además de
un poco de otras cosas que sean necesarias para la fiesta del sábado próximo.
Mercedes anda como loca, para arriba y para abajo, avisándole a todo el mundo;
pero si Juancho no cobra los cinco bolívares, la fiesta no va a resultar.
Yo le pedí
a Mercedes que me enseñara la lista de los invitados, no porque me interese
saber quiénes van y quiénes no van, sino porque quiero ver
si las “toritas” están en la lista, Marujita especialmente porque la Elsa es
como fofa (inconsistente), en cambio Marujita… No es que yo tenga algo en
especial contra la Elsa, pero es que siempre es tan asomada, hablando de su papá,
de las Selecciones del Reader’s Digest,
de ella cuando estaba pequeña que decía perióquido y piscología y otras cosas
parecidas a perióquido y piscología. Además, Gustavo Julio me dijo que el
domingo pasado había ido por su casa y ella y que le dijo que no podía hablar
con él porque estaba oyendo las carreras de caballos con su papá, el señor Toro
(también oye los juegos de baseball y el boxeo y la lucha libre cuando la
trasmiten por radio), porque el señor Toro siempre anda con el papel del 5 y 6
en la mano, toda la semana, y los sábados cuando uno sale del cine o de una fiesta
el señor Toro está pegado a la casilla donde sellan los cuadros, oyendo los
últimos datos de última hora, de último momento, porque le parece que si no
espera hasta el último momento no va a ganar. Pero yo nunca he oído que el
señor Toro ganara alguna vez. Tío Arnoldo
–que es un loco– dice que el 5 y 6 pone ciega a la gente y la vuelve
bruta para toda su vida y es en lo único que está de acuerdo con papá o papá
con él, porque yo oí que una vez le dijo a mamá que eso era una estupidez y tío
Arnoldo agregó algo como alineados (no exactamente alineados; él dijo: solo
juegan los alienados).
Mercedes
me dijo que no cargaba la lista.
—Pedíselá a Juancho —ha
dicho, y me dejó porque andaba apurada con no sé qué lío de una torta y su
hermano.
Yo salí
disparado inmediatamente para la esquina caliente. Luis estaba con Gustavo Julio
y con El Perico y con Elio. Eran las cinco de la tarde.
—Vi a
Mercedes —dije
por decir algo o por decir algo para ver qué me contestaban. Pero se me acercó
Luis ronroneando como un gato bravo.
—Dejá los
chistecitos —me
dijo, y se me acercó, creo, no con muy buenas intenciones—. La
Ramírez es asunto mío.
Elio me
miró y dio un paso hacia nosotros y comenzó a contamos lo del hermano de Mercedes
con la torta de cumpleaños, y aunque la cosa es para reírse no deja de ser
lamentable, porque si la mamá de Mercedes se enfurece creo que no habrá fiesta,
por lo menos este sábado. Elio dijo que a Mercedes le había encargado su mamá
ir a buscar una torta donde las señoritas reposteras que viven al lado del
Edificio Suerte, donde está la farmacia del papá de Esteban; pero como ella
anda como loca con la fiesta del sábado próximo, para arriba y para abajo,
avisándole a todo el mundo, como para simplificarle el trabajo a Juancho (o no
para simplificarle el trabajo porque alguien tiene que avisarle a las muchachas
e invitarlas como debe ser), mandó al hermano y el hermano (menor) fue a la casa
de las señoritas reposteras y buscó la torta y se regresó inmediatamente en dirección
de su casa, como le había dicho Mercedes que hiciera y por eso le iba a dar un
real o un real y medio; pero el hermano (¿cómo se llama? ¡Bueno!) se detuvo en la
Iglesia para ver un entierro –¡con la torta en la mano!– y cuando el cura
terminó siguió con la gente del entierro hasta el cementerio, y una vieja que
lo vio llamó a su casa por teléfono y le dijo que (Simón se llama) Simón andaba
con una torta en un entierro, o que andaba en un entierro con una torta y que
por eso la llamaba para que supiera. Entonces la mamá de Mercedes pasó hecha
una fiera por la esquina caliente y le preguntó a Gustavo Julio (ella quiere mucho
a Gustavo Julio) por Mercedes y él le dijo que no sabía dónde estaba aunque sí sabía
porque él le pidió que fuera a la casa de las “toritas” y las invitara a la
fiesta, y la mamá le contó lo que le había dicho la vieja cotorra y lo que ella
suponía de todo el asunto del hermano (menor) para que fuera a buscar la torta
a la casa de las señoritas reposteras; también le dijo que quién se iba a comer
una torta que había andado en un entierro, contaminada –es posible– con la
probable tuberculosis del muerto.
—¡Pronto una infección! —comentó
El Perico, muy serio, por encima del hombro de
Elio. ¿Por qué no?
—Y por qué tiene que ser
tuberculosis —dice
Gustavo Julio. A lo mejor se murió de un remordimiento y ahora dicen que es tuberculosis,
¿por qué?
—Casi siempre es
tuberculosis —ha dicho El Perico, asomándose otra vez por encima del hombro de
Elio—. Esa gente se muerte así.
—¿Cuál gente? -pregunto yo.
—Sí, es verdad —Elio
ahora—, no
sé por qué, pero siempre se mueren así, de tuberculosis o algo parecido.
—¿Quiénes
son los que se mueren? —insisto.
—¿Cuál
catarro? —dice
El Perico—. Mirá
Elio, este dice que fue un catarro.
Llegó Juancho
muy agitado con el cuento del hermano de Mercedes; que la mamá ha
bañado en alcohol a Simón y ha tirado la torta en el pote
de basura. También nos dijo que Mercedes contó en casa de las “toritas” lo que
pasó y que el señor Toro les ha prohibido ir a la fiesta.
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