martes, 18 de junio de 2019

Prontuario / Sábado, junio 26, dos cuentos de José Moreno Colmenares



ilustraciones de Hugo Baptista



Prontuario



El puño avanzó preciso, a nivel, hasta estrellarse entre mis labios y el mentón. Percibí con exactitud las formas de sus nudillos, minutos antes de perder la sensibilidad en la parte golpeada. Mis huesos crujieron —puedo afirmar que los oí— mientras todo se oscurecía dentro de la luz y comenzaba a girar hacia el infinito como una cigarra.
Las cigarras no son rojas —dijo la mujer.
Tenía un tono seguro y suave.
Las cigarras no son rojas... rojas... las cigarras... la mujer es una cigarra... huele bien...
No entendí. Sólo sabía que cantaban y al caer en mis manos enmudecían.
El brazo-émbolo vino de vuelta, implacable. Pieza aceitada de la gran máquina.
La pared se agrietó. El polvo y el humo del ariete hicieron borrosa la figura del obrero, pero al despejarse pude apreciar los músculos tensos que emergían del chaleco llevado sobre la piel desnuda.
—Tu abuelo era apuesto y siempre usaba chaleco de seda.
—Mi padre no lo usa —dije.
Y todo quedó en silencio. La abuela y yo parados en nuestros pensamientos.
Mi cabeza giraba sobre la nada. El resto del cuerpo desaparecía. Los otros dos cuerpos se revolvieron en las sillas; nalgas dormidas. Estaban a horcajadas, con los brazos apoyados en el espaldar y la cara en todo el centro de ellos, encima de la conjunción de sus manos. El mozo de estoques a menudo adopta esa posición, recostado a la barrera, con el reloj de la espera oteando la cornada que dejará una cigarra roja sobre la arena.
Me acerco sigilosamente al árbol. El cuerpo brilla, las alas irisadas recogen peces de sol. Ella se estremece al cantar. De pronto calla. Se desplaza en puntillas con pasos cortos, cuidadosos, venciendo la rugosidad de la superficie.
Me detengo sin perderla de vista, la miro tan fijamente que su imagen parece desdoblarse.
Ella y yo, cuerda de la oración o del deseo, con la respiración agazapada en el cuerpo.
Otro paso, aplastando el césped como a una colilla de tedio y al fin el viaje fugaz de la mano hasta atraparla.
—Está detenido!
Los cuerpos me rodearon. Hoscos y temerosos, sin hombres por dentro.
Me balanceé como si estuviera encerrado en la cuenca de sus manos, simultáneamente sentí encogerse los testículos y el aire que estaba dentro de mí se tornó helado.
Alguien hincó con saña mi espalda, cerca de la cintura, y pude adivinar el círculo del cañón que reposaba en la zona intercostal. El proyectil abriría una perfecta circunferencia.
—A quemarropa —diría el médico forense, rodeado de ametralladoras.
—Vamos —dijo otro.
Y empujó hacia el vehículo.
Con la mano izquierda tomó el mentón y colocó mi cara en la posición más adecuada (el carnicero tomaba el trozo de carne —pollo o res— lo situaba encima de la madera y luego de calcular la trayectoria dejaba caer el hacha), el puño volvió hacia mis ojos, agrandándose. Traté de esquivarlo pero el respaldo lo impidió.
En el cinematógrafo la silla es suave, con pelambre de animal domesticado. Creo estar en el vacío. Al aire, sin dirección alguna a pesar de mi esfuerzo. El hombre maniatado yace entre los rieles. La nuez se vuelve seca, atracada en la garganta e impide la salida de la voz. Me debato con impotencia. Las manos adheridas a los brazos del asiento. En la sala se escurren sonidos nerviosos. La silla rechina cuando de espaldas me voy al vacío. La locomotora avanza sobre mí con un pito insistente, enloquecedor.
—Dónde se reunía Ud.?
—Con quiénes?
—Cuándo deben verse?
—Quién tiene las armas?
Zarpazos en la luz y en la oscuridad. Luego, el tono suave, la voz meliflua.
—Habla. Te conviene. Todo quedará entre nosotros.
—No seas tonto, los demás cayeron y han dicho lo que sabían. Te complicaron.
Estaba preparado para esto. Sin embargo, dentro del pecho avanzaron las sombras, oprimiendo, dificultando la respiración. Las imágenes sin huellas, accionadas por una manivela sin control.
La ansiedad de sus rostros me devolvió la seguridad.
—Te libertaremos!
—La libertad: acaso el parque. O la calle sin horizonte. Posiblemente el caballo. Tal vez el niño que corre en el campo.
—Qué era la libertad?
Tener la mujer y los hijos... el automóvil... Las monedas en el bolsillo bien cosido, sin agujero alguno. Sería por ventura, la quietud que me invadía cuando ocupaba por las tardes aquel sillón de piel en contacto con mis espaldas y levemente, por la entrepierna, con los testículos.
Los autos se volvían meteoritos. Arrancaban de lo oscuro y se perdían en la noche.
Apreté los dientes.
—Señores, no recuerdo nada.
Encogí los hombros. Bajé la vista. Garabateé sobre el papel que tenía delante (julio 18, los trazos de un sello).
—Puede irse —dijo el presidente.
El alumno se levantó y caminó hacia la salida.
—Cero.
—Tres.
—Uno.
—Pase Ud. señorita.
La silla arañó el piso. Se produjo ruido al levantarse uno de los cuerpos. Hundió las manos en los bolsillos laterales del pantalón y agarró, a través del forro, las puntas de la camisa. Contrajo el vientre y haló con firmeza. La misma operación hacia la parte posterior. La camisa perdió arrugas. Se paseó midiendo las distancias.
—Estropeas mi carrera en el partido al seguir a esos locos. Ambiciosos sin perspectiva. —Miró fijamente. Impaciente pero contenido—. He luchado treinta años (la yugular tensa, la voz enronquecida) y la experiencia me enseñó, que «el poder no es sino de quienes logran imponerse a las falacias de las consignas».
No lo oía. Recordé la inexperiencia del joven negro que no supo inclinarse ante la ráfaga.
En él quedó firme la mirada; y luego de aquél venido de otras ciudades, dando saltos agónicos —sin experiencia alguna— como pájaro enfermo.
No podía oírle. Había descubierto que mi padre era un farsante.
—Te ordeno que hoy mismo participes la decisión de abandonarles.
Quedé anonadado. Le clavé los ojos con lástima. Había perdido al padre. Esa noche leía una obra que se titula «Carta a mi Padre» y quedé perplejo; pude escribir aquel libro.
Dirigí la mirada hacia un extremo de la sala, tras la pantalla que me cegaba. Observé difusamente unas piernas femeninas, la sombra de una maquinilla de escribir y un rostro terso, inmóvil e indiferente.
Los pies unidos y las rodillas apenas separadas.
La secretaria tomó asiento y comenzó a revolver papeles. Desde mi escritorio percibí su figura. La miré disimuladamente, conturbado. La mujer tenía un nombre de cuatro letras —Eddi—. Las vocales oprimiendo las consonantes. La amaba antes de conocer el timbre de su voz, me gustaba la piel de sus brazos.
—Qué harías si decidiera casarme?
Quedé con la vista perdida en el techo, oí nuestra respiración. Bajé los ojos y reconocí su vientre, el seno aplanado, la sombra del vello sobre su pubis, las piernas con la misma piel de los brazos. Giré sobre mí. Ella hizo otro tanto. La cabeza descansó encima de mi brazo desnudo y una de sus piernas penetró entre las mías.
Mi sexo estaba húmedo
—Qué harías si decidiera casarme?
Me incorporé y la besé.
El puño se retiró a las sombras. Otro vino de ellas y se interpuso parcialmente entre los haces de luz y yo. Comenzó a golpearme mientras decía frases obscenas. Se iniciaba la jornada definitiva, sin misericordia, como aquel gran monstruo mecánico que remachaba los pilotes. La sangre se iba por todas las partes del cuerpo. Eran seis, ocho o diez aspas repartidas en mi humanidad.
Las gradas del circo estaban plenas. El griterío desapareció al apagarse las luces. El rayo de un reflector se metió en la parte más alta de la carpa, y de la penumbra surgieron las líneas simples del trapecio e inmediatamente el círculo de luz bajó a la arena.
—Señoooooras y señooooores —sombrero de copa, levita, altas botas y pronunciación afectada.
—Silencio!
—Con ustedes... Mike y sus leones.
El haz recayó en la estrecha puerta de la entrada. Cada uno fue recibido en el área luminosa, hasta cuando todos estuvieron dentro de la jaula. Mike subió al trípode y los leones lo rodearon, cada uno de ellos con las fauces abiertas y la garra extendida. Mike hacía prodigios de equilibrio. Hubo rugidos de admiración y todos los leones aplaudieron.
La figura se hacía borrosa, dio la sensación de que se empequeñecía y revoloteaba con furia dándose topes con la bombilla al igual que una cigarra, y fue entonces cuando me percaté de que la mujer estaba equivocada.





Sábado, junio 26




Atravieso el largo de la calle. Mis pasos seguros desde el talón a la punta de los pies. Balanceo el cuerpo. Siento la piel fresca. Ligeramente fría con el aire que sopla. Las luces de neón se han encendido. El tránsito es abundante. De vez en cuando, una corneta impone su voz por encima de los diversos ruidos que una ciudad posee a las 7 p.m. Debo tener cara satisfecha. Las manos en los bolsillos del pantalón, aprisionando objetos: las llaves, las monedas, palpo el borde estriado, las cuento, las dejo caer, las retorno y continúo el juego. Pasan dos mujeres que podrían ser bellas en esta hora en que ya no tengo oficina, ni jefe, ni compañeros.
—Buenos días, Sr. González.
—Buenos días.
—Tiene Ud. lista la comunicación sobre pedidos?
—Sí. Tómela y tramítala. Ya el jefe ha preguntado por ella.
Estoy libre. Soy el hombre más osado de la Tierra, olvidado totalmente de aquel apartamento (muebles, radio, televisión, camas, pantuflas, esposa y hasta una jaula vacía, sin prisionero).
Otra dama avanza en dirección contraria. La oteo y yergo la figura, la miro con seguridad, si se quiere con aire de conquista. Hoy podría ser cualquiera de los personajes que admiro. En los que me doblo o desdoblo cuando reposo, manejo el automóvil o asisto a las ruedas semanales de la oficina. El jefe plantea estériles problemas administrativos: «La perfección, la eficiencia, la dictadura».
No sé realmente si la dama es hermosa, trato de encontrarla más allá de su físico. Quizás podría ser el final. Y no verme nuevamente solo entre la niebla mientras las luces se vuelven mortecinas. Entrecierro los párpados cuando la mujer pasa. Los tacones golpean el piso. El sonido va al fondo del cerebro y luego se pierde para devolverme el aire seguro de un hombre, que camina por la ciudad en busca de una explicación.
Me detengo en el cruce de la calle donde los autos pasan conducidos por manos seguras, con pasajeros y sin ellos, pero todos hacia un compromiso o una obligación. Los rostros y las luces de los faros pasan fugaces, en una cinta cinematográfica exhibida a una velocidad inconveniente. Me parece verlos en tensión, al contrario de mí. Estoy relajado en todo el cuerpo e interiormente con una euforia inquieta, llena de imprevisibles. Es el sábado, distinto al lunes y a otro día cualquiera:

6 a.m. Reloj despertador.
7 a.m. Rostro cortado y desayuno.
8 a.m. Buenos días... buenos días... buenos días...
12 a.m. Sol, gente y hambre-mareo.
2 p.m. Buenas tardes... buenas tardes... buenas tardes...

—El doctor desea que pase a su despacho, Sr. González.
—La eficiencia —el plazo de la tarea —la factura pendiente —vigile la hora de llegada de la secretaria —las hojas azules... azules... azules... a las 2,30; 2,35; 3 p.m... El hombre colgado del péndulo, listo al abordaje entre el humo y las relumbrantes espadas.
—Sr. González... Sr. González...
5,30 p.m.; molido, sin cerebro, sonámbulo por las calles... Continúo detenido en el cruce. En los bolsillos encuentro la diminuta rueda de un juguete de mi hijo; entre los dedos siento los relieves del pequeño neumático. La libertad se encoge, me llena de arrepentimiento y de frustración. Doy vuelta, y frente a mí una vidriera donde se exhiben animales de diversa índole; peces, perros, monos, pequeños saurios, etc. Todos en un mundo de encierro, todos limitados. Atravieso la calzada y caigo en una mesa del café más próximo.
—A su orden, señor.
—Cerveza y cigarrillos, por favor.
Y el tiempo pasa. Pasa simplemente.



jueves, 5 de octubre de 2017

Una novela para la reconstrucción nacional





Ángel Gustavo Infante

La primera novela de José Antonio Perrella (Caracas, 1961) se desarrolla en el futuro y relata la historia sentimental de la profesora Isabel Contreras y del empresario Alfredo Manfredi, quienes se conocen una tarde del año 2030 en el Jardín de Los Chaguaramos ubicado en la Ciudad Universitaria de Caracas, a raíz de la protesta realizada por la doctora Contreras, docente en la Escuela de Sociología de la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales (Faces), ante la propuesta de Manfredi, dueño de la empresa Seguritas, en una reunión celebrada en el rectorado para ofrecer sus servicios de protección social, lo que para la profesora significaba una intromisión en la vida académica y un atentado contra la autonomía universitaria.
En veinte capítulos Perrella monta las semblanzas de los personajes, desde su formación hasta la conformación y desarrollo de la pareja protagonista que supera ciertos escollos amorosos. Por el lado de ella con su exnovio, el ingeniero William Moreno, quien toma distancia ante sus quebrantos producidos por un prematuro cáncer de endometrio; o la aventura que se permite con Johnny Añez, un oficial de la Policía Científica (Polci) encargado de esclarecer el caso de su novio Pedro Mogollón, a un año de la extraña desaparición de éste, quien resultará ser hermano de crianza del empresario y tendrá un valor especial en su crecimiento afectivo. Y por el lado de él, la trágica historia con su difunta esposa Cristina Schmitz y la soledad compartida con Elena Machado, Gerente General de Seguritas. 
Las vidas privadas y las acciones públicas de estos personajes adquieren fuerza dramática por el entorno en el cual se desarrollan: un país en proceso de reconstrucción cuyo referente es Venezuela en los años posteriores al régimen chavista, luego de un período de transición y cuatro gobiernos de consolidación desarrollados en un lapso  durante el cual se expone la tensión existente con el pasado nacional enmarcado en las administraciones democráticas posteriores a la dictadura del general Pérez Jiménez, el advenimiento del chavismo como consecuencia de los excesos del poder y la caída del autodenominado “Socialismo del siglo XXI”.


Ficción y reflexión
El primer atractivo de una obra es el título, su función es ganar lectores mediante un sutil proceso de seducción en el cual se puede brindar algún adelanto de la historia. En este caso nos atrae la paradoja creada por el contraste entre un verbo en pretérito perfecto (vivieron) y un sustantivo (porvenir) que logra crear cierto suspenso por la dimensión temporal con la que identifica al objeto (país) o espacio donde se desarrollará la acción novelesca. Así tenemos que ellos, Isabel y Alfredo, vivieron en una Venezuela aún desconocida y esto, necesariamente, nos causa curiosidad, porque ¿a quién no le interesa el futuro?
Esta estrategia, unida a la composición de la ópera prima, augura buena recepción por parte del lector de novelas que siente predilección por la estructura idílica; es decir, por el relato cuyo eje central está constituido por los altibajos que experimenta la relación amorosa de la pareja protagónica. La historia está bien administrada, conduce al lector sin dificultades. Si bien las secuencias observan linealidad, ello no impide advertir la voluntad estructural: los capítulos avanzan sobre la tensión narrativa y presentan indicios para asegurar la atención y el interés del lector, como puede apreciarse entre el comienzo de la novela y el capítulo siete, en el cual, con un flashback, se da inicio a la historia (pág. 89); o en el retroceso del capítulo ocho para hacer el perfil de Alfredo Manfredi, hasta retomar la secuencia central en el capítulo diez.
En la factura narrativa se alternan efectivamente los distintos órdenes discursivos: la descripción de lugares y personajes, en combinación con la narración de las acciones, construyen la atmósfera adecuada, mientras el intercambio inter-personajes apoyado en el dinamismo de la lengua, sin temor a los usos coloquiales, demuestra dominio del diálogo, como puede observarse en el capítulo seis:
Todo su cuerpo temblaba intensa y descontroladamente. Llamó a Andrés, el amigo con quien había ido a la reunión en San Román. Andrés sí lo atendió.
            —¡Andrés, chamo! —gritó Alfredo.
            —¿Qué pasó pana, qué coño tienes?
            —Chamo, ¡me intentaron secuestrar!
—¿Qué? ¡Qué ladilla vale! ¿Y qué te pasó?
            —Coño, ¡me salvó el blindaje! ¡Me cayeron a plomo! (pp. 86-87).

A medida que el narrador omnisciente relata los sucesos, surge otra voz que ensaya en tono reflexivo con recursos propios de otro tipo de texto. Esto puede significar que el autor real ha elegido la ficción literaria porque ésta, gracias a su permeabilidad discursiva, le permite proyectar su deseo de cambio sobre el análisis del errado desarrollo político. De allí que sus estrategias expositivas y conceptuales se alternen con los recursos tradicionales de la narrativa para, al final, acoplarse con la ficción.
Lo antes dicho puede observarse en el segundo capítulo donde la descripción conduce al análisis del entorno: Isabel cumple su itinerario acostumbrado en el autobús 135, aquí se presentan los cambios experimentados por el sistema suburbano relacionado con el uso de los hidrocarburos bajo el proyecto denominado “Transporte para todos” y luego interviene la otra voz para advertir que:
Desde la segunda parte del siglo XX hasta bien entrada la primera mitad del siglo XXI a los venezolanos se nos regaló el combustible. Sacar un automóvil a rodar no tenía prácticamente ningún costo directo. Los estacionamientos, con sus precios controlados, no significaban mayor gasto y el combustible no representaba ninguno. Salir en el automóvil era un acto sin consecuencias para el venezolano. (Pág. 17).

De este modo, la relación de los sucesos dada por el narrador y la reflexión hecha por el autor, se van integrando, como se percibe en el capítulo cuatro cuando la presentación de Alfredo da pie al análisis económico, o en el capítulo cinco cuando el paseo de Pedro Mogollón por la Ciudad Universitaria se convierte en introspección reflexiva. Se suceden también ciertos enlaces entre el pensamiento y el relato (pág. 82) o viceversa (pág. 92). Y ocurre una separación de los registros (pág. 105), para experimentar una nueva unión (pág. 147). Así hasta el capítulo dieciocho cuando Isabel y Alfredo, en vísperas de matrimonio, ven por televisión la entrevista que la periodista Mary Reyes le hace al  Presidente de la República, con lo cual se logra un recurso convincente para exponer ideas, tesis y análisis ligados a la historia central.
En el ínterin, la novela se puebla de microhistorias a modo de digresiones narrativas que enriquecen la trama central, como el caso de Jesús Dugarte, Chúo, un chofer de 58 años, vocero de la “Cooperativa de Transportistas Unidos por Guatire”, vecino de Isabel; la anécdota -muy bien llevada, por cierto- de la venta de la casa de los Manfredi en Valle Arriba; el intento de secuestro de Alfredo; el accidente del plomero empleado de Pedro; la relación de Elena Machado y Jorge y la extensión a la vida de la doctora Estrella Weiss. Todas, bajo el común denominador del deterioro, sólo hablan de la corrupción, el despilfarro y la doble moral.

Un mundo imperfecto
En Ellos vivieron en el país porvenir Perrella propone un modelo de mundo, ficcional y verosímil, sobre la base de la historia nacional contemporánea; es decir, diseña un mundo posible en el cual se proyecta el país real alejado de la utopíay contrario a la distopía, esas promesas de la modernidad cargadas de belleza y horror que conforman la llamada literatura de anticipación. Un distanciamiento saludable y necesario para hablar de una nación que en el año 2030 habrá superado aquellas categorías tras el continuo desconocimiento de la armonía ideal  y el padecimiento de los excesos totalitarios actuales.
El relato y la reflexión convergen en el leitmotiv representado por “La gran o fatídica noche” que deriva en una “Madrugada apocalíptica”, con la cual se marca el cambio del destino de los habitantes: “Caracas estaba hirviendo, el cielo feo, el ambiente feo. Venezuela estaba fea, triste, oscura”, expresa el narrador. (Pág. 153). El breve lapso representa el clímax de la crisis y posibilita un renacimiento. Todo comienza a cambiar entonces: el contexto cultural, los personajes, las ideas. Entra en práctica una de las condiciones de textualidad más importantes: la progresión, con la cual se nos permite, entre otras cosas, observar las soluciones a los conflictos (Pedro recupera la salud después de dos años) y el desarrollo intelectual de los protagonistas (Alfredo se prepara para saldar su deuda histórica con el país).
Antes y después de los sucesos de la noche remota los personajes viven el desasosiego producido por la tensión entre dos Venezuela. Antes, expresa el narrador: “El país fue víctima de gobiernos caracterizados por lamentables y muy notables signos de irresponsabilidad, de ignorancia y de demagogia” (pág. 19). Después: “Ve un país que funciona pero considera que los gobiernos posteriores al régimen chavista han abandonado al pueblo a su suerte” (pág. 199).
No obstante, en el Período de la Consolidación la esperanza inspira a la reconstrucción nacional. El país tiene cuarenta millones de habitantes y una tasa de desempleo del 4%, tanto la infra como la superestructura del Estado van fortaleciéndose: se crea el Ministerio de Seguridad Ciudadana que aplica la Ley Orgánica de Seguridad para refundar los cuerpos policiales y conformar el Sistema de Seguridad Social que garantiza la salud y la educación del pueblo; se crea también el Viceministerio de Educación Inicial y se retoma la Fundación del Niño para contrarrestar el dolor, la ignorancia y la dependencia dejadas tras “cincuenta años de gobiernos corruptos e ineficientes que pretendieron llamarse ‘democráticos’, y eso dejó la traición histórica que la supuesta ‘revolución’ chavista le hizo al pueblo venezolano”, como se señala en la página 69; se desarrolla el Proyecto Nacional para la Educación con el fin de lograr, entre otros objetivos, la recuperación de la ciudad Universitaria “respetando con mucho celo el espíritu del proyecto del arquitecto Carlos Raúl Villanueva” (pág. 63); se inaugura la Universidad Nacional de la Seguridad y la Policía Científica (POLCI) para combatir el “crimen organizado, narcotráfico, terrorismo, secuestro, homicidio y crímenes financieros y cibernéticos” (pág. 115); se desarrolla el Sistema Nacional de Identificación Ciudadana para impedir la desinformación y el ocio que conducen a la delincuencia; y se atiende también la recreación en el Ministerio de Turismo que implementa un Plan Nacional de Desarrollo Turístico.

El país como oficio
Después de la muerte de Juan Vicente Gómez, el ensayista venezolano Mariano Picón Salas regresa de un largo exilio con la tarea de vencer nuestro atraso e identifica la misión del escritor con la del maestro de escuela elemental, inscribiéndose así en la añeja tradición hispanoamericana que nace luego de las guerras separatistas y que tiene en el hombre de letras, el letrado del primer humanismo, al civilizador. En otras palabras, al responsable de la reconstrucción intelectual que debe aplicar el precepto latino utile-dulce con el cual “instruye y agrada” o “enseña con deleite”, en un proceso que va de la imitación de la naturaleza a la representación de la sociedad.
Esta tradición tiene en el realismo y en la prosa didáctica sus fuentes de inspiración. De allí tomará sus instrumentos el literato finisecular para producir una novela nacional apegada a la tierra y ascender a la cumbre donde se ubica la obra de Rómulo Gallegos, a despecho de Gómez. Cuando Picón Salas vuelve, al intelectual le resultará imposible, una vez más, evadir el país. Este se convierte en oficio en las manos de Uslar Pietri, Briceño Iragorry, Otero Silva. Y así lo entiende a posteriori el dramaturgo José Ignacio Cabrujas, quien mantuvo hasta sus últimos días una columna en el diario El Nacional titulada “El país como oficio”.
En la actualidad el país porvenir es el oficio de Perella. A él se dedica en una prosa a ratos didáctica para hablarle claro a la población. El mensaje es no desanimarse ante las adversidades del presente –o el pasado que ahora vivimos- y estar atentos a las posibilidades reales de acceder al porvenir. Es su modo de decirnos que para lograr el cambio  debemos agregarle acción a la fe y al deseo. Y, sobre todas las cosas, trabajar, como lo expresa en boca del presidente encargado de la transición, en palabras dignas de citar in extenso:

Los venezolanos tenemos que volver al empleo. El trabajo dignifica, el trabajo purifica, el trabajo satisface, solo a través del trabajo digno, serio, formal, y adecuadamente remunerado seremos otra vez un país de paz, de armonía, de progreso. La sensación del deber bien cumplido eleva nuestra alma. Cuando culmina nuestra jornada de trabajo, justo cuando nos entregamos al descanso y empezamos a transitar por la experiencia espiritual de revisar nuestra vida, nuestras acciones, nuestro día, es precisamente entonces, queridos compatriotas, que podemos disfrutar la gratificante y purificadora sensación que nos da el saber que cumplimos con nuestras responsabilidades de la mejor manera que pudimos, que con nuestra actuación hicimos la diferencia y que con nuestro desempeño laboral, sea cual sea nuestra labor, aportamos un granito de arena a la institución para la cual trabajamos y en consecuencia nuestro país mejorará ese día. Esa es la sensación de plenitud que invito a disfrutar a todos los venezolanos al final de cada día. Y solo trabajando dignamente lo lograremos. (Pp. 112-113).


El relato es un servicio que se le hace a Venezuela, para no olvidar sus desvíos según los caprichos de los mandatarios ni de sus desfasados idearios políticos. De allí el registro pormenorizado de tipos superados en el porvenir. Por las páginas desfilan los beneficiados históricos, esos personajes enriquecidos por la coyuntura política como los militares “boliburgueses” y sus jevas bolivarianas; los escuálidos u opositores, incluidos los autoexiliados en Miami: “fracasados o lidiando con el punto de equilibrio” (pág. 128); y los bachaqueros, hijos de la dramática escasez chavista que “provenían por igual de los diferentes estratos sociales porque se comerciaba desde la leche, el arroz y el café hasta los carros, los televisores y los dólares, en fin, todo lo que era escaso y estaba regulado” (pág. 323).
A estas alturas, el país de los buenos negocios y de los “enquistamientos” ha sucumbido ante la grave sintomatología de los gobiernos que provocaron la huida en masa: “En esos años Maiquetía era tristemente famosa por las fotos de despedida que plasmaban una dolorosa diáspora y por las ilegales actuaciones de persecución y amedrentamiento político cuando llegaban o salían del país quienes osaban  oponerse al régimen” (pág. 248).

En Ellos vivieron en el país porvenir el punto, definitivamente, es el país, nuestro país. Un fragmento del mapa de América del Sur que  involuciona a paso de vencedores y reaparece ahora impulsado por las artes de la prolepsis en las manos de José Antonio Perella, un caraqueño de 56 años de edad, Administrador de Empresas y productor independiente que vino a demostrarnos, en esta hora aciaga, que puede administrar la esperanza de esta empresa llamada Venezuela.

 

Perrella, José Antonio. (2017). Ellos vivieron en el país porvenir. Caracas: Editorial Cuatropés.


miércoles, 28 de junio de 2017

Pronunciamiento público del Consejo de la Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad Central de Venezuela, para denunciar y fijar posición frente a la Inaceptable escalada de violencia





El principio y el móvil de la tiranía es únicamente el miedo.
Víctor Alfieri. De la tiranía

El Consejo de la Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad Central de Venezuela, en su sesión del día martes 20 de junio, ejerciendo su inalienable derecho a la participación en los asuntos públicos, el derecho a la libertad de expresión y el derecho a la libertad de conciencia que tienen los ciudadanos venezolanos, según lo que contempla el artículo 62 de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, acordó emitir un pronunciamiento público ante los hechos que reflejan la escalada de violencia de la que ha sido víctima el país en las últimas semanas.
            Estamos viviendo una crisis sin precedentes en la historia de la República; la violencia se ha instalado como el componente más significativo de los últimos acontecimientos. El Ejecutivo Nacional no emite disposición alguna para impedir la consumación de delitos, ni para resguardar  la integridad y la vida de los ciudadanos. Por el contrario, vemos con estupor cómo los organismos de seguridad del Estado fuera de todo orden social, ejercen una violencia horizontal con la que exhiben una faceta sombría y perversa como únicas razones por encima de la moral.
            Se evidencia en las instituciones del Estado la ruptura y el quebrantamiento de los valores morales porque no son respetados; esto sin duda modela una sociedad en la cual las acciones violentas se ven validadas y destacadas porque su interés reside en la disolución de los marcos sociales. El rol del Estado no es tomar partido político sino poner un marco legal a todos por igual.
            Los cuerpos represivos del Estado se muestran como seres desarraigados que incurren en la transgresión de las leyes y las normas sociales, promoviendo la convulsión política que potencia todas las formas de violencia. Axioma criminal en escalada y lo que es peor, impunidad. El quebrantamiento de la ley está presente; el muestrario delictivo que ejerce la Policía Nacional Bolivariana y la Guardia Nacional es tan elevado que difícilmente admite equivalente: robo, tortura, detenciones arbitrarias mediante subterfugios jurídicos, vejámenes y en esta última escalada, el asesinato, el homicidio sin máscara, sin neolengua que valga. A la usanza de los viejos caudillos, se confunde autoridad con abuso de poder.
            Como una historia que enfatiza en la opresión, los voceros del gobierno sólo muestran una terca militancia que redunda en el fanatismo enfermizo y en el desconocimiento de la protesta pacífica  que a todas luces circunda la República entera. El uso de armas de fuego por parte de la gnb, ha dejado un altísimo saldo de ciudadanos heridos e incluso muertos que, lastimosamente, pasan a engrosar la enorme lista de víctimas de la represión desmedida contra la libre protesta. Adicionalmente, la justicia militar ha hecho sentir su acción represora al detener en el mes de mayo a catorce jóvenes en la isla de Margarita, estado Nueva Esparta, siete de los cuales recibieron medida privativa de libertad y se les ordenó la cárcel de La Pica, estado Monagas, como centro de reclusión; en el mes de junio imputó a estudiantes universitarios de la udo y la ucab (Ciudad Bolívar, Guayana), los cuales fueron arbitrariamente detenidos en la cárcel El Dorado, retén de máxima seguridad,  negándoseles la visita de los fiscales del Ministerio Público para constatar su situación de salud y detención, así como la de sus familiares. Ha comenzado a naturalizarse lo inaceptable como es la detención de jóvenes en centros de reclusión de presos comunes de alta seguridad, en zonas muy lejanas a donde se realizan los juicios, Incomunicación prolongada, con la participación de tribunales militares y juicios militares a civiles.
            Lo anterior sólo pone en evidencia una terrible crisis social y política, donde el problema se genera porque aquellos que deben garantizar la vida de los ciudadanos llegan a los peores extremos de la maldad para legitimarse. La desmedida represión a la que la ciudadanía se ve expuesta pone a prueba a los individuos y nuestros jóvenes con mayor vulnerabilidad son las principales víctimas de esta conducta extrema que reduce y causa irreparables daños a la ciudadanía. Por otra parte, la sistemática táctica represiva obliga a pensar que se trata de un plan preconcebido con el objeto de paralizar y amedrentar a la población imponiendo el silencio, el temor y la resignación.
            Como universitarios, elevamos un reclamo de justicia por las muertes que no debieron ocurrir, por una ciudadanía asediada por la violencia criminal e institucionalizada.
            Exigimos al Estado el cumplimiento del artículo 68 de la Constitución nacional que expresa claramente: “Se prohíbe el uso de armas de fuego y sustancias tóxicas en el control de manifestaciones pacíficas”.
Exigimos al Estado  prohibir de manera expresa a los cuerpos represivos las detenciones arbitrarias porque constituyen una práctica criminal que atenta contra los Derechos Humanos.
            Exigimos la prohibición del porte de armas a la población civil, situación que contribuiría en detectar la presencia de individuos o grupos armados al margen de la ley, los cuales abiertamente han venido operando en las manifestaciones pacíficas.
            Exigimos que se identifiquen los efectivos militares que participan en el «mantenimiento del orden» con el fin de impedir la impunidad en los casos de violación de los Derechos Humanos. La responsabilidad penal es individual y esto contribuye a llevar por vía judicial y no de manera política cualquier delito cometido por un efectivo militar. Pero también se debe recordar que entre los militares la responsabilidad no solo es individual sino que también es de la línea de mando.
            Exigimos que se prohíba portar armas a los funcionarios de “inteligencia” del Estado que participan de forma encubierta en actividades de orden público, manifestaciones y protestas. La presencia de estos ha sido un factor de violencia, tal como ha quedado demostrado durante los últimos trágicos eventos.
Como universitarios respetamos las distintas opiniones, pero exigimos respeto y ponderación en la expresión de las ideas, sobre todo no podemos avalar la trasgresión de los límites civilizados hacia la violencia, porque la resistencia es una actitud de rechazo frente a cualquier tipo de opresión u obstáculo que nos obliga a hacer o ser lo que no deseamos.
            Exhortamos a la ciudadanía a ser cauta y reflexiva frente a los acontecimientos que vendrán, porque esta escalada de violencia, podría ser utilizada para justificar la imposición de un autoritarismo que se escudará detrás de la seguridad social para desaparecer y reprimir a los que reclamamos públicamente vivir en un país más justo y soberano. La violencia que se impone desde el Estado es claramente el primer desencadenante de la descomposición social.
Este comunicado se emite con el ánimo de contribuir con el respeto a los Derechos Humanos y la paz de la República.


            Dado, firmado y sellado en el salón de sesiones del Consejo de la Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad Central de Venezuela,
a los veinte días del mes de junio de dos mil diecisiete.